Restringido

La hora del Rey

La Razón
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Esta vez no estamos ante un asunto de trámite ni ante una gestión protocolaria. Las gestiones para la formación del próximo Gobierno pasan por La Zarzuela y se presentan como las más complicadas en casi cuarenta años de democracia. Es la primera papeleta de esta naturaleza que le ha caído sobre la mesa a Felipe VI y de su resultado puede depender en gran manera la suerte de su reinado. La situación de Cataluña y el engorroso juicio de Palma de Mallorca contribuyen a hacer más necesario el acierto en este trance. Me consta que mientras escribo este comentario hay personas de alto prestigio y experiencia política reunidas discretamente, muy preocupadas, tratando de encontrar y ofrecer el mejor consejo. Tras recibir el joven Rey a los presidentes del Congreso y del Senado, como era preceptivo, comienza una legislatura marcada por la renovación y por la incertidumbre, con inauguración estrambótica. Es difícil aventurar a estas horas quién va a presidir el próximo Gobierno, mediante qué alianzas y con qué proyectos para la nación. Ni siquiera es descartable, sino todo lo contrario, que haya que volver a convocar al pueblo a las urnas para que se encargue de resolver el presente galimatías.

Dice Patxi López, el recién elegido presidente del Congreso de los Diputados, que «el papel del Rey está determinado». En teoría es verdad. En la práctica, la indeterminación es evidente. El Rey no es un mueble antiguo ni un florero. Y ahora se presenta la ocasión de demostrarlo. ¿Hasta dónde alcanza su función constitucional de arbitraje y moderación para el funcionamiento regular de las instituciones? Se supone que puede y debe, pensando en el bien general, explorar, sugerir y proponer nombres y soluciones imaginativas después de escuchar a muchos, no sólo a los representantes de los partidos. Ha de arbitrar, eso sí, sin arbitrariedad. Su margen de maniobra es ciertamente limitado, pero, en un caso de la gravedad actual, a nadie debería parecerle mal que lo apure al máximo, teniendo siempre en cuenta la advertencia de Gracián de que «todos los necios son audaces». No es la primera vez que la ventolera del cambio –ese recurso de los necios– se lleva por delante la Corona. Quiero decir que estos días la mirada de muchos españoles y de los principales dirigentes del mundo están pendientes de La Zarzuela. Es, pues, la hora del Rey.