Banco de España
La impostura del Banco de España
Al gran economista polaco Michal Kalecki –que tal vez hubiese podido ser el gran inspirador de la izquierda si Keynes no le hubiese arrebatado ese puesto– le gustaba burlarse de los tópicos comunistas contándole chistes al no menos afamado Oskar Lange. En cierta ocasión, dirigiéndose a éste, le dijo: «¿Qué es la crítica, querido Oskar? Salir al balcón y escupir hacia abajo. ¿Y la autocrítica? Salir al balcón y escupir hacia arriba».
Escupir hacia abajo es lo que los economistas del Banco de España –que, ni de lejos, llegan a la altura de los dos polacos– han hecho con su informe sobre la crisis bancaria. No hay en él ni un atisbo de autocrítica y todo rezuma impostura. El Banco de España no tuvo, al parecer, ninguna responsabilidad en una quiebra financiera que nos va a costar a los españoles más de 60.000 millones de euros. Como por ensalmo, sus competencias en la supervisión de los bancos y cajas de ahorro, así como su capacidad de intervención, se diluyen en una situación que, según los genios que han redactado el papel, nadie podía prever aunque la economía española arrastrara, en aquellos tiempos en los que Miguel Ángel Fernández Ordóñez lo gobernaba, varios años de creciente desequilibrio externo, una explosiva trayectoria de endeudamiento y un incremento desorbitado de los precios de los activos inmobiliarios, amén de un gasto público expansivo cebado por el rendimiento fiscal del ladrillo. Además, nos dicen, se pensaba que como la crisis había venido de fuera –de la quiebra de Lehman Brothers– sería transitoria y duraría poco tiempo, pues su solución la aportarían rápidamente los norteamericanos. En una palabra, el Banco de España reedita así el pensamiento de Rodríguez Zapatero mientras elude los molestos escupitajos que, de retorno, caerían sobre el balcón de la plaza de Cibeles si se hubiese tenido el menor sentido autocrítico. El Banco de España lo hizo mal desde el principio. Basta con asomarse a su primera intervención –la de Caja Castilla-La Mancha, esa entidad que, según dijo Fernández Ordoñez a los diputados del Congreso, en un sensacional alarde dialéctico, era solvente e insolvente a la vez– para comprobar que se actuó tarde de manera deliberada, se supeditó todo a los intereses partidarios del Gobernador, se tomaron decisiones contrarias tanto a la regulación española como a la europea, se aplicó una doctrina inverosímil, por no decir estúpida –la de que juntando dos o más entidades dañadas se podía obtener una bien saneada (véase Bankia)– y se trató de camuflar la gravedad del problema, con sus inmensos costes, porque, con fe de carbonero, se creía que la crisis desaparecería como por ensalmo. Menos mal que, cuando todo el daño estaba hecho, llegó Luís de Guindos al Ministerio de Economía, puso a un lado a los reguladores y enfiló el problema sin hacer caso de hipotecas partidarias. Pero le ha fallado, por lo que ahora vemos, el Gobernador Linde, que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.
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