Pedro Narváez

La independencia de Belén Esteban

Afortunadamente ya pocos escriben como García Márquez, cuyo genio inspiró un estilo mediocre y edulcorado del que sufrimos mortales consecuencias cincuenta años después. La imitación produce monstruos como los que creyéndose Camarón se crecen en gambita sin cáscara y con salsa rosa y han convertido el flamenco en un quejido sin tragedia que es como poner sacarina a un pincho moruno. El Día del Libro ha revitalizado al primero de tal manera que sus coroneles centenarios padecen una pasajera intoxicación de Viagra, nada que no cure el tiempo o las putas tristes. De rosa y rosa, y una vez comprobado que entre los más vendidos están más o menos los que estaban, mi atención se centró en aquel puesto en el que se produjo el encuentro planetario entre el diputado de ERC Alfred Bosch y la princesa del pueblo Belén Esteban. Estos republicanos suelen ser faltones, tanto que su lengua podría ser camaleónica para que les llegara a las heces, he ahí Tardà para el que entre la Policía hay «gentuza», término castellano que dicho a la cara provocaría un lance de espadas junto a la tumba de Cervantes. Bosch le regaló su libro sobre lo simpática que sería Cataluña fuera de España, el club de la comedia vamos, y la Esteban, con la autenticidad que no tienen los plagiadores de Márquez, le espetó que ella también es una mujer muy independiente. Alfred Bosch tuiteó: «Todo fue bien hasta que me encontré con Belén Esteban» que aparte de descortés, al estilo del partido que representa, parecía el comienzo de un relato del que podía contarnos el final. O igual ya lo dio por cerrado como el célebre del dinosaurio que todavía estaba allí. Ni la situación ni el protagonista merecería más pero a veces una anécdota se torna en categoría: que los republicanos que quieren ser principitos de Cataluña no perdonan que les digan que su emperador va desnudo. Y eso.