María José Navarro
La llave Allen
Suecia es un país extraño y los suecos parecen guapos de lejos. Los suecos, además, se bajan a Dina-marca a ponerse como el Tenazas porque, vamos a decir una cosa, el país no es que sea un jajá-jajá. Si sale el sol se lanzan como en manada a la calle y si no hace sol, hay tanatorios mucho más chispeantes. Son todos rubios, y altos y llevan el pelo muy bien, y toda la ropa negra y los ves de lejos y dices madre mía qué raza, qué elementos, qué tiacos, to eso suyo. Pero de cerca están como sin acabar de hacer, como asalmonaos. Y ellas son como dobles, grandes, inabarcables. Es verdad que las de Abba eran muy monas, pero recordemos que la morena no era ni sueca, que era noruega. Bueno, pues de ahí salió ese invento del diablo que es el Ikea. Ayer tuve que ir al que está en Vallecas y lo hice con la alegría del que entra a una cámara de gas. Tú vas a por una sábana bajera y para entrar hay que atravesar textiles para bebés, cambiadores, camas de niños de ocho a doce años, sillas de niños de ocho a doce años, iluminación niños de ocho a doce años (que te dices «coño con los niños de ocho a doce años»), cunas, tronas, sillas, almacenaje pequeño, el grande, de tal forma que cuando llegas a la balda de las bajeras te dan ganas de besar el suelo y abrazarte al mueble Grörlhorl. Y ahora, sal. Sal. Todo para el horno, accesorios para la colada, almacenaje y organización de alimentos, tablas de cortar, herramientas para mezclar, ollas, cacerolas, cuchillos, sartenes y woks. Y a lo lejos divisas una caja y todo son lágrimas y risa nerviosa en tu vida. Pero en la caja hay una cola que aquello parece un casting de «Juego de Tronos». Y te dices venga, pasa tú sola en el auto cash el código de barras. Pero el código resulta que no pasa y miras el reloj y te das cuenta de que llevas en el Ikea de Vallecas una excedencia. Que luego piensas qué leches, como fuera de casa no se está en ningún sitio.
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