Manuel Coma

La macabra rutina del terror

En la macabra rutina terrorista, buscamos atisbos de novedad para racionalizar nuestro inagotable estupor y para extraer cualquier posible lección aún no aprendida que pueda sernos útil en la lucha contra el mal. «Conoce a tu enemigo» decía hacia el siglo V a.C. Sun Tzu, que pasa por ser el mejor tratadista estratégico de todos los tiempos. En efecto, los respectivos servicios de seguridad conocían a los autores del atentado de Boston y a los del de esta semana en Londres. ¿Ha habido un gran fallo en la explotación de esas informaciones? Puede ser. Desde luego, esa localización previa de posibles sospechosos significa extraordinaria vigilancia, pero es absolutamente imposible mantenerla para cada uno de ellos durante años. La Policía nacional nos ha salvado de intentos mucho más letales, en los que su eficiencia puede haber estado ayudada por la suerte, que siempre cuenta pero no siempre favorece al mismo bando. «A nosotros nos basta con acertar una vez, vosotros necesitáis acertar todas», nos dicen, y así es. Por eso no cesará su terror ni nuestro horror, aunque Obama haya aprovechado estos días para hacer un alarde de su buenísimo y declarar finalizada la guerra que había proclamado Bush hace doce años, por la muy trivial razón de que todo en este mundo tiene que acabar. Lo malo es que la historia registra guerras de treinta años y de cien, y otros estados de hostilidad que duran siglos. Tratando de mejorar la denominación, Bush habló también de «guerra larga». Obama, que ya había eliminado toda alusión a «terror», no digamos a nada a lo que haga la más remota referencia al islam, la ha acortado ahora por decreto, en el momento mismo que el enemigo lleva a cabo dos acciones de no mucha envergadura pero de gran eco internacional. En un sentido más profundo, lo que ha sucedido no debe sorprendernos, debíamos contar con ello y seguir haciéndolo. No pasa de ser una curiosidad que el asesino haya buscado filmarse y nos haya dado sus razones, que tampoco nos descubren nada. Al fin y al cabo, el terrorismo es propaganda. Si consiguiéramos ignorarlo, desaparecería. Hay que reconocer que lo de Woolwich es, como publicidad que se propone asustar, bastante más eficaz que los vídeos que contemplan cientos de miles, pero no cientos de millones durante unos cuantos días. Se quiere ver en los últimos atentados una nueva oleada de los llamados «lobos solitarios». Puede que proliferen, pero nuevos no son. Pueden actuar de forma variablemente espontánea y aislada, pero le vienen muy bien a Al Qaeda, la central del ramo. Mantienen la llama de la causa y nos siguen poniendo contra la pared.