Pedro Narváez

La matanza de los inocentes

A los guardianes de la independencia les gusta la sangre. Ésa era la Arcadia: patear a un inocente sin que el resto de España se estremezca. Mas ha conseguido que le vean como el presidente de un territorio donde la censura hace de espada del samurái a la espera del harakiri. Un vídeo que me permito clasificar X, tanto es el grado pornográfico de la violencia, muestra a las claras cómo los mossos se ensañan con un ciudadano hasta que le muelen el alma. Cuando las hordas del 15-M intentaron asaltar el Congreso, o sea, cuando unos energúmenos aspiraban a un delito con el aplauso de algunos diputados con los colmillos crecidos y el rabo entre las patas, no fuera a ser que le hicieran pupa sus protegidos, se sometió a la Policía española al tercer grado por ver si alguna porra se había pasado de intensidad en la respuesta a los churros. Las televisiones conectaron en directo y aparecieron héroes de cinco minutos encerrados en los bares como si Franco, decían, hubiera resucitado. Si entonces llega a morir un manifestante, si quiera por exceso de hiel o de vino peleón, tenían claro que el fascismo había apretado el gatillo. Los mossos acaban con un hombre a las puertas de su casa como el que pisotea un cigarrillo una vez colmada la abstinencia y no llega el fascismo sino el imperio de la Ley. Y entonces se descubren las cartas mientras la pena de los justos se enjuga como «lágrimas en la lluvia». El rector de la Complutense abronca a la Policía porque impide una barricada de analfabetos y ningún defensor de las libertades alza la voz ante un hecho criminal del que existe prueba objetiva. Y es que maman de las ubres de la ideología, que cría a una panda de cobardes. Ni siquiera les estremece que un hombre yazca en la acera como un perro de los cojones.