El desafío independentista
La mayoría silenciada
Todo empezó con el discurso del Rey. En él no se escuchó la palabra diálogo. Y no la pronunció porque ya no tenía sentido referirse a él. Felipe VI habló cuando ya no pudo aguantar más. El mensaje fue tremendo para los eternos equidistantes. Y la inyección de optimismo para el resto de los españoles enorme. Acto seguido los principales bancos y empresas radicadas en Cataluña anunciaron su éxodo. Anunciarlo y tomar la decisión les llevó exactamente 24 horas. Los independentistas se quedaban solos y sin dinero. Y el tercer golpe –el más inesperado– lo dieron los ciudadanos. De Madrid a Barcelona se multiplicaron las concentraciones, pero sin duda la más sorprendente ocurrió en la Ciudad Condal. Los organizadores, Sociedad Civil Catalana apoyada por zPP y Ciudadanos, se sintieron desbordados. Hubo gente que vino de fuera, es verdad, pero la mayoría eran barceloneses: metro y cercanías estaban colapsadas. Desde la tribuna intervinieron Vargas Llosa y el ex presidente del Parlamento Europeo Josep Borrell. El éxito fue tal que hasta Pedro Sánchez, que no quiso sumar al PSOE, mandaba un tuit felicitando a Borrell. Siempre errando el tiro: debería haber felicitado a todos los asistentes y catalanes.
Pero la noticia era otra. Una mayoría silenciosa y silenciada se había movilizado para acabar con las censuras de TV3 y de los nacionalistas. La realidad de Cataluña es otra. Ya no puede negarse. Tampoco quiere seguir escondida ni ser víctima del miedo ni de las represalias sociales. Hasta aquí una somera descripción de lo ocurrido esta semana. ¿Y ahora? Ésa es la gran pregunta. Analizando las palabras de Puigdemont, que calificó la salida de empresas «de extrema gravedad», uno podría creer que va a dar marcha atrás. Pero esa decisión no está tan clara ni va a ser fácil. Sólo se intuye una salida electoral. En ERC empiezan a hablar de elecciones constituyentes –a las anteriores las llamaron plebiscitarias– para ganar tiempo y que la CUP no se eche a la calle. Para evitarlo –dicen– habría que hacer una declaración de independencia descafeinada... que no se sabe muy bien cómo se puede descafeinar la independencia. Lo único claro es que la gente no está dispuesta a seguir aguantando callada.
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