José Antonio Álvarez Gundín
La muerte del maestro
Las dos primeras personas en las que pensó Albert Camus cuando le comunicaron la concesión del premio Nobel fue en su madre y en su maestro, el señor Germain. «Sin usted –le escribió a la vuelta de Estocolmo–, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto». Quisiera creer que todavía hoy se escriben cartas a los profesores como la de Camus, orgulloso de haber tenido un maestro de corazón generoso y vocación infatigable. Pero es de temer que ya no exista el señor Germain ni su pequeña legión de alumnos agradecidos ni la devota memoria de quien hizo de guía en el mundo recién estrenado. El maestro ha muerto y su lugar ha sido ocupado por personal en régimen funcionarial, mermado de autoridad moral y despojado de la potestad sobre el alumno.
El fracaso de la escuela en España, que ha alcanzado cotas sonrojantes según los distintos informes internacionales, no es sólo consecuencia de unas leyes educativas que desde hace 30 años enaltecen la mediocre medianía del 5 raspado, desprecia el esfuerzo y penaliza el mérito. También tiene una alta responsabilidad el profesorado, cuya competencia pedagógica se ha ido deteriorando a ojos vista. La debilidad vocacional de muchos docentes, rebotados de otras carreras universitarias en las que no hallaron salida profesional, se suma a carencias técnicas y de cualificación, a veces pavorosas. No hace mucho, el informe PISA revelaba que sólo un tercio de los profesores de Matemáticas tenía el graduado en la materia, lo que explica que el alumno español sea de los menos competentes en lenguaje matemático o sea incapaz de descifrar un folleto de instrucciones. Pero esto es sólo un botón de muestra. La explicación cabal la ofrece el denominado «Informe Talis», realizado entre 106.000 docentes de 33 países, que la OCDE acaba de publicar. Los datos son demoledores: el 36% de los profesores jamás ha sido evaluado mediante un control externo, porcentaje que en la escuela pública se duplica. La media en los países de nuestro entorno es del 9%, y en EE UU, Inglaterra y Francia, los más punteros en educación, no pasa del 1%. El mismo informe revela que tampoco se recaba la opinión del alumno ni de los padres. En suma, los docentes trabajan encapsulados sin más referencias externas que las órdenes burocráticas. ¿Será por eso que el 23,5% de los adolescentes abandona la escuela? Por más que la «marea verde» de la izquierda descargue su frustración sobre el Gobierno, la causa del fracaso no son los recortes presupuestarios, sino una organización educativa de la que ha sido expulsada el maestro como guía y ejemplo moral.
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