Bruselas

La paradoja islandesa

Los islandeses han optado por darle el poder a los mismos que la sumieron en la crisis. Éste es el análisis que desde los sectores de opinión españoles que se identifican, o mejor, autoidentifican, con los llamados partidos progresistas se ha hecho en los últimos días. Y es verdad que en Islandia han ganado las elecciones quienes escondieron la cabeza bajo el hielo ante el «tsunami» de la debacle financiera, que ha dejado a la mayoría de los países europeos sumidos en una crisis que amenaza con llevarse por delante el sueño de un continente sólido y solidario. Solidario, desde luego, no lo está siendo gracias a la miopía y la mezquindad de las que esta haciendo gala la Alemania de la señora Merkel, que parece decidida a condenar a más de la mitad de la Unión Europea a la inanición. Bien es cierto que algunos países, entre los que se encuentra el nuestro, han hecho méritos durante años para caer en el pozo del que no parece que vayamos a salir ni pronto, ni bien. Las medidas anunciadas el pasado viernes por el Gobierno español es posible que tranquilicen a la canciller y a sus marionetas de Bruselas, pero a los ciudadanos que le dieron su confianza hace quince meses los ha dejado helados, como si hubieran seguido el reciente consejo del ministro de Agricultura sobre las duchas de agua fría. Y cuando uno sale helado de la ducha lo que quiere es una toalla, sin importar quién te la dé. Y para eso ya está Alfredo Pérez Rubalcaba, quien, a pesar de su recientísimo paso por el Gobierno que nos condujo hasta el abismo, puede terminar por protagonizar la paradoja islandesa y, en el año 2015, conseguir que el PSOE vuelva al Palacio de la Moncloa aunque sea aupado por los antisistema. Bueno, Rubalcaba o quien esté para entonces al frente del PSOE.