José María Marco

La paz perpetua

La intervención francesa en Mali venía negociándose y planeándose desde hacía meses, aunque se precipitó por la ofensiva de los terroristas de Al Qaeda (AQMI) y sus aliados contra Bamako, en el sur del país. Desde entonces las tropas francesas han ido avanzando y ayer tomaron ya Tombuctú. La intervención será larga, seguramente. Las pocas semanas que lleva en marcha han dejado ver algunos de los problemas que afectan a la defensa de los países europeos. El primero de ellos procede de la reducción de dotaciones presupuestarias. Francia es de los pocos países europeos, con Gran Bretaña, que siguen empeñados en mantener una fuerza operativa seria. Aun así, las inversiones en grandes proyectos, como los cazas Rafale, no han sido seguidos, según los expertos, por otras menos llamativas pero no menos necesarias. El resultado es que el ejército francés tiene escasa capacidad logística. En vista de las carencias, los franceses pidieron la colaboración de los aliados de la OTAN. Gran Bretaña suministró dos aviones de transportes C-17 y Canadá otro. Dos de ellos sufrieron averías y quedaron inutilizados.

Queda, como siempre, el recurso al amigo americano. Pues bien, ahora le toca al amigo americano apuntar que la intervención francesa ha sido, en última instancia, una decisión unilateral. La Administración Obama, en la que hay gente que recuerda la posición de Francia en Irak, ha sugerido con su posición que cuando alguien quiere tener una presencia relevante en el mundo, en defensa de unos intereses legítimos –sin duda alguna–, resulta aconsejable dotarse de los medios indispensables. Además, el nuevo Ejército norteamericano va a tener que adaptarse a recortes presupuestarios acordes con la nueva América, cada vez más social, más europea y, por tanto, más inoperante en el exterior. Y no se trata de una obligación. Cerrados los «diez años de guerra», la América «post todo» de Obama no quiere saber nada de intervenciones fuera.

Al final, la Administración norteamericana, como ocurrió en Libia, ha accedido a ayudar, aunque con parsimonia. Se salva el problema, pero no se despeja la situación de fondo. En realidad, tal vez los europeos deberíamos sentirnos orgullosos de que los norteamericanos, tan proclives a lanzarse al ataque, parecen por fin decididos a seguir nuestro camino: mantener un ejército ascético y, sobre todo, con un espíritu nuevo, más volcado en las operaciones pacíficas que en intervenciones bélicas. Ejércitos que no parecen destinados a ganar batallas sino, como se ha dicho, a luchar contra la idea misma de la guerra. Todo un éxito. A nivel mundial.