Ángela Vallvey

«La Pechotes»

«La Pechotes» es el mote con que se conoce a una amiga del ya famoso «Pequeño Nicolás». La referida niega, desde la indignación, que a ella se la presente con tal apelativo ni en su casa a la hora de comer ni en ningún otro sitio. (Pero eso sería antes de ser bautizada así por los medios). A pesar del disgusto de la muchacha, el apodo atrae muchísimo al respetable: se ha hecho popular. El maravilloso idioma español se enriquece mejor que un político corrupto, se vuelve juguetón con los aumentativos, hace crecer (nunca mejor dicho) el significado de una palabra, convirtiendo cualquier objeto (unos pechos femeninos, en este caso) en algo grande, importante de verdad, remarcable en una sociedad siempre ansiosa de asuntos de relieve.

Todos adoramos a La Pechotes, aún sin saber muy bien qué cara tiene o qué personalidad exterioriza, porque alguien que porta el estandarte de una denominación de origen parecida está abocado a hacer las delicias de un público rendido a la tontería, a los alegres afijos, en «estepaís» exhausto de tantas canalladas consuetudinarias retransmitidas en directo o en diferido.

La Pechotes es la imagen viva que hace bueno aquel refrán de «tiran más dos tetas que dos carretas». El aumentativo «ote» ha conseguido acrecentar el caché de la chica, que al parecer ya tiene representante porque la llaman para hacer «bolos» como cualquier hombre, mujer o viceversa modernos.

Mi lado feminazi me pide rebelarme a grito pelado contra el uso inmoderado del aumentativo de esta mozuela. Pues, por ejemplo, «Brazacos», el policía de Instagram, no recaba atención sobre partes sensibles de su cuerpo, como le ocurre a La Pechotes por ser mujer. Pero me pueden las ganas de reírme (ya se sabe: las mujeres somos capaces de todo... y los hombres de todo lo demás).