Política

Sabino Méndez

La pedagogía del odio

La pedagogía del odio
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Tal como estoy pasando las vacaciones en mi Cataluña natal constato que la pedagogía del odio que Convergencia se ha empeñado en imponer desde TV3 y desde el sistema educativo durante los últimos treinta años está fracasando subliminalmente. Por supuesto, van a existir y seguirán existiendo fanáticos del secesionismo que perderán su tiempo escenificando fusilamientos y otras pantomimas de mal gusto frente a aquellos que no piensen como ellos. Ése es el gran problema democrático de Cataluña aparte de la corrupción. Pero el resto de los catalanes (la gran mayoría) son conscientes de que han de hacer un esfuerzo por entenderse sin hacer caso a los totalitarios que gustan de las escenificaciones de ceremonias de sangre.

La gravedad del mimo y pasacalle sangriento, como el que se dio en Cardedeu el pasado día 17, es más de orden ético que social. Por la calle se puede seguir paseando perfectamente, con total tranquilidad, tengas las ideas políticas que tengas. El día a día vacacional desprecia olímpicamente estas ebriedades totalitarias de fiesta mayor. Pero, desgraciadamente, es la calle la única razonable y, en cambio, en el orden institucional es donde encuentran disculpa y justificación dialéctica estas demencias de fantasía peliculera. Una prueba más de la desconexión abismal que se ha producido en los últimos tiempos entre la calle catalana y sus ineptos gobernantes. Ha sido desde las instituciones autonómicas desde donde hemos escuchado barbaridades como que la democracia está por encima de la ley (será en las democracias bananeras porque en las democracias de la Ilustración el voto va siempre unido a la ley), o comparaciones cretinas entre nuestra región y Ucrania. También vimos hace pocos años cómo el actual líder de ERC participaba cada semana en un programa concurso cómico de TV3 («El Favorit») y gustaba de exhibirse manejando armas medievales como un Putin cualquiera. El propio presentador llegó a dejar constancia de que eso le ponía y los espectadores tenemos aún la retina herida por ver al corpulento líder girando una maza sobre su cabeza mientras la costura de sus pantalones amenazaba con reventar grotescamente por la parte trasera. Con estos representantes, el verdadero milagro catalán es que no existan más dogmáticos enamorados de lo drástico como los de Cardedeu. Mark Twain dijo que enseñar a los niños a despreciar las ideas ajenas es la manera más directa de crear a los rebaños, a los imbéciles.

La sociedad catalana empieza a darse cuenta que necesita más lecturas de Tocqueville y que la región seguirá siempre dividida, como en los últimos cuatro siglos, entre los que opinan que España es una ventaja y los secesionistas. Lo mejor, lo razonable, es tejerse entre esas dos comunidades de opinión como hemos hecho siempre. Pero ahora llegará la celebración anual del secesionismo y los gobernantes, atrapados en su propia incapacidad, intentarán apretar el acelerador de los agravios imaginarios para huir de sus propias corrupciones. Si el poder institucional autonómico se pone una vez más de parte de esas conductas rechazables sólo quedará una pregunta por hacer: ¿además de pasar a la Historia asociados al fracaso y a la corrupción, lo que querían demostrar Homs, Mas, Junqueras y compañía es que, aparte de ineptos, eran también igualmente crueles?