Joaquín Marco
La presión del sur
El Gobierno desea llegar a un pacto de Estado con el PSOE sobre el delicado tema de la emigración. Soledad Becerril, la Defensora del Pueblo, ha declarado que si se pretende reformar la Ley de Extranjería sería necesario un «acuerdo amplio», en alusión al deseado pacto de Estado, que evitara cualquier disputa política en la defensa de las fronteras de Ceuta y Melilla. Hizo también mención a las dificultades que supone conjugar el respeto a los derechos humanos y el control fronterizo. Las alarmas se han desatado por el asalto de cerca de 500 emigrantes subsaharianos, que lograron superar un tramo de la valla que no dispone de malla antitrepa. Los dispositivos marroquíes, las tres vallas y la propia Policía española se mostraron incapaces de reducir a emigrantes de Mali y Camerún. En el CETI llegaron a concentrarse 1.900 personas, superando con creces los albergues destinados a retener e identificar a los inmigrantes. No hubo en esta ocasión devoluciones «en caliente», aunque la Policía se vio forzada a utilizar medios antidisturbios. Hubo heridos de diversa consideración debido a las cuchillas instaladas en la valla y una densa niebla facilitó el asalto.
No es sencillo detener esta avalancha que se produce en las frágiles fronteras de Ceuta y Melilla. La tragedia de Ceuta y el salto masivo del pasado día 18 a Melilla obliga a una seria reconsideración del asunto. Porque al mismo tiempo la Marina italiana se vio forzada también a multiplicar sus acciones para socorrer a las pateras que se dirigían hacia Lampedusa. No es sencillo resolver una situación de presión hacia Europa, si todos los europeos no son conscientes de que deben colaborar en defender las fronteras del Sur del continente. Preocupados por la caliente situación del Este, hacen oídos sordos a las peticiones de ayuda de los países del Sur. Habría que recordarles aquel verso de «El sur también existe». Inmersos en una crisis de nunca acabar, Italia, España, Grecia o Malta carecen de los medios suficientes para ayudar a los países en crisis, de los que se evaden los jóvenes más decididos y fuertes. África seguirá siendo un problema irresoluble en tanto Europa no sea consciente de que la creciente ola migratoria resulta imparable con simples medidas represivas. Mientras nuestros jóvenes mejor preparados se ven obligados a trasladarse a otros países para poder ejercer sus profesiones, desde Alemania a Australia, penetran en Europa otros miles de jóvenes menos o nada preparados con la intención de ocupar puestos de trabajo inexistentes.
Sus anteriores condiciones de vida eran, sin duda, peores de las que, siendo malas, van a encontrar en Europa. Pero no todos los que logran saltar las vallas van a poder trabajar aquí. Su alegría al pisar suelo español puede durarles poco. Sin duda muchos de ellos son conscientes de las dificultades que atravesamos, pero poco tienen que ver con las que vivían en sus países de origen. Desde el año 2005 no se había producido una inmigración tan numerosa. Una de las razones estriba en la reducción de las ayudas que los países africanos recibían y que con la crisis han disminuido notablemente. Desde luego, los países receptores por sí solos no pueden hacer frente al problema que supone el subdesarrollo africano. Para ello habría que implicar no sólo a Europa y a los EE.UU., sino también a China cuya influencia en la zona empieza a ser destacada. Algo semejante a un «Plan Marshall» que permitiera un desarrollo rápido de los países en los que la emigración se manifiesta con mayor incidencia. Pero ésta es una utopía por el momento. La Unión Europea tiene otras fronteras por donde penetran también otras emigraciones. Sin embargo, el número de africanos que llegan hasta Marruecos para intentar pisar suelo español es cada vez más considerable. En este último asalto se calcula que lo intentaron alrededor de 1.100 individuos.
Las posibilidades de resolver esta situación, pese al probable acuerdo de Estado entre las fuerzas políticas españolas, no son muchas. Jorge Fernández Díaz ha prometido el envío de veinte guardias civiles y cien policías más a la zona, que se sumarán a los 60 de la Benemérita y a los 50 policías que allí están destacados. Se trata de una situación de emergencia y poco más puede hacerse, salvo acelerar los trámites de repatriación de cuantos sea posible reenviar. Para presionar de forma más firme a la Unión Europea, tal vez convendría aunar los esfuerzos de los países receptores mediterráneos y lograr así una voz más unitaria y firme. Las fronteras marroquíes son un coladero, pero poco pueden hacer los países del Magreb ante la presión que parte del sur. Los subsaharianos que llegan hasta las puertas de Melilla o Ceuta han pasado por enormes dificultades y no es difícil que caigan en las redes de las mafias, que les prometen, por diversos precios y medios, hacerles llegar hasta Europa. Son gente desesperada que ha vivido, algunos de ellos durante años, en la montaña del Gurugú alimentándose incluso de raíces. La vida es lo único que tienen y están dispuestos a perderla. Sin embargo, es obligado velar por los derechos humanos y evitar que su primer contacto con la tierra de la esperanza no se convierta en un desengaño que incrementaría nuestra mala conciencia. La puerta de Europa no puede ser tan permeable, pero tampoco es posible cerrarla materialmente. He aquí una contradicción a la que tendremos que acostumbrarnos.
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