Cristina López Schlichting

La salita

El próximo jueves, a las diez y media de la mañana, el actual Rey de España estará viendo la tele. Ignoro si tiene mesa camilla o tapetes de ganchillo en el sofá, pero Don Juan Carlos, tras una vida al servicio de los españoles, va a seguir la ceremonia de toma de posesión de su hijo desde la salita de estar de Zarzuela, como un jubilado más. Lo siento, pero esto es de aurora boreal. Me da igual que lo haya decidido él, para no restar protagonismo al nuevo Monarca; yo protesto, a una súbdita le queda el recurso al pataleo. La Corona es una institución fundamentada en la tradición y la herencia de padres a hijos en el seno de una familia señalada por el pueblo y el parlamento. La legitimidad de Don Felipe radica precisamente en el relevo de su padre. Y verlos juntos es la expresión plástica y rotunda de esa continuidad. Hay quien cree erróneamente que democracia y votación son sinónimos, pero no es así. No todo en democracia se vota. No se votan los jueces, por ejemplo, y no por eso dejan de ser democráticos. La Corona tampoco se vota y es una de sus grandes ventajas, porque de este modo es más perfectamente representación de todos, derecha e izquierda, ricos y pobres, internos y mediopensionistas. Ahora bien, de la misma manera que presidente puede ser cualquiera, rey sólo puede ser uno, aquél al que toque legítimamente. Por eso, ver al hijo con el padre es tan importante. No sé, imagino que Don Juan Carlos habrá pensado en ahorrarle a su sucesor la memoria y el peso de sus faltas, pero faltas tenemos todos. Empezando por los que se permiten afeárselas a los demás. No, a mí no me gusta que se quede en su casa el día en que la atención está centrada en el Congreso de los Diputados. Me repugna mentalmente y me da tristeza. Supongo que habrá quien se alegre –los mismos que se regocijan de que no haya jefes de Estado extranjeros en la ceremonia, o que la Mesa del Congreso haya declinado ir de etiqueta y vaya a ponerse de traje–. Creo que tenemos dificultades para distinguir entre el boato y el respeto institucional. Supongo que habrá quien desee que Don Felipe, en lugar de uniforme militar, lleve camisa de pana. Es mucho más deportivo y cómodo, no lo dudo, pero, inmeditamente después, el que ha sugerido el cambio de indumentaria preguntará a voces por qué ese joven alto y rubio ha de ser el monarca y no su hijo.