M. Hernández Sánchez-Barba

La sinrazón histórica

Un grupo de pequeños países, hoy parte de la Comunidad de Estados del Caribe (CARICOM), está estudiando la posibilidad de pedir reparaciones a ciertas antiguas potencias coloniales, España entre ellas, por crímenes contra la humanidad, genocidio y por el tráfico y la trata de esclavos entre África y América en los siglos XVII y XVIII. Visto fríamente, no parece en principio que haya mucha base legal no ya para emprender la demanda, sino sobre todo para conseguir el beneficio que estos países pretenden. Pero lo que desde luego no existe es base histórica para incluir a España entre las potencias a las que se exigen reparaciones.

Como historiador americanista que ha estudiado profusamente la cuestión, quiero aportar algunas ideas y subrayar la sinrazón de la acusación de esos países, desprovista de base científica alguna. Es evidente que la razón histórica se basa en la serie dialéctica de las experiencias humanas. En consecuencia, las afirmaciones –y/o acusaciones– constituyen el conjunto de la experiencia histórica fundamentada en el progreso y en el cambio. Como afirma Ortega y Gasset, el progreso histórico exige que cada nueva estructura supere a la anterior, se acumule sobre ella y modifique la mentalidad que la precedió en lo inmediato. La razón histórica, concepto puesto en circulación por Dilthey, fue recogido por Wildelband en «Historia y Ciencia natural» (1894), y en España por Ortega en el desarrollo del perspectivismo en el sistema humano de ideas y creencias. Cuanto alguien se refiere en concreto a una época, momento o situación en el tiempo histórico, sin hacerlo a la luz de las ideas y creencias de hoy, comete un grave pecado de anacronismo.

En este caso, acusar a España de haber participado en la trata de negros africanos y, en consecuencia, de «crímenes contra la humanidad», «genocidio» y «comercio de esclavos» es caer en la irrealidad, la fantasía, la leyenda proveniente de un gran desconocimiento histórico. En ese sentido, la realidad del Mar de las Antillas o Caribe, fue muy diferente en lo que concierne a España y es una certeza histórica que nuestro país no participó en el comercio de esclavos, a diferencia de otras potencias. Ese mar antillano, que fue para España un verdadero segundo Mare Nostrum durante siglos, se constituyó, poco después del Descubrimiento, en un formidable sujeto estratégico, que, a diferencia de lo que creía Colón, cierra el paso entre Europa y Asia.

«Las infinitas islas que los mapamundos al fin del Oriente ponen», repite Colón en el «Diario de navegación» del viaje de 1492, obsesionado por su idea de que el término de su viaje era el extremo oriental del continente asiático, es un espacio constituido por un gran número de «antillas» que pronto se convirtió en objeto de la codicia de diferentes países europeos. Un reciente libro del profesor mexicano Leopoldo Daniel López Zea, «Piratas del Caribe y Mar del Sur en el siglo XVI (1497-1603)», proporciona una primera clave histórica sobre el Caribe, infestado de piratas, bucaneros, corsarios. Estos verdaderos «saqueadores del mar», muchos de ellos al servicio de potencias rivales de España, hacían presa inmisericorde de barcos, ciudades portuarias y villas de poblamiento, atacando mercados y cuanto pudiese significar asentamiento. Su búsqueda de reposición de agua y bastimentos, les llevó a instalarse en pequeñas islas descuidadas por España, pero aptas para sus labores e incluso fundar pequeños asientos de vida.

Y cuando comenzó el comercio de esclavos, estas islas fueron verdaderas bases para el traslado, desde África hasta las costas de las colonias inglesas y francesas, de «plantaciones» de esclavos negros. Pero éste no es el caso desde nuestro actual punto de vista. Es evidente e innegable que la esclavitud existió en el Caribe, como ha existido desde tiempo inmemorial y los hombres la han practicado en ese y en otros escenarios del planeta. Pero lo que no se puede pretender es meter en el mismo saco a un grupo de países europeos y acusarlos indiscriminadamente. Así como Francia, Portugal e Inglaterra, por ejemplo, tuvieron una responsabilidad directa en el comercio de negros desde África, no se puede decir lo mismo de España, cuya participación fue tangencial y secundaria. Por otro lado, esta ocurrencia de algunos estados caribeños es anacrónica y absurda. Está fuera de lugar exigir reclamaciones por una trata humana como aquella que, por vil que fuera, no estaba contemplada en aquel entonces ni como delito ni como acción recriminable, ya sea por derecho interno, como tampoco por el derecho internacional. Es como si hoy nosotros pidiéramos el reconocimiento de culpa a Roma por haber invadido Hispania y haber sojuzgado a su población. Seamos sensatos y dediquémonos a la prosperidad de nuestros países mediante el duro trabajo de cada día, pero no planteando reclamaciones irracionales y extemporáneas.