Joaquín Marco

La vía diplomática

Desde el desmantelamiento de la Unión Soviética, la Unión Europea y los países occidentales tienen un problema: la naturaleza de las relaciones con la nueva Rusia. La ambigüedad que las preside se hubiera resuelto de haber aceptado la idea de De Gaulle, que estimó siempre que Rusia debía formar parte del proyecto europeo. Tras el desmantelamiento del comunismo la debilidad rusa permitió que fuera considerada como un país más y no como una gran potencia en la que se ha convertido, pese a Vladimir Putin, extraño gobernante que exhibe su virilidad como ejemplo de la fortaleza de una Rusia nueva que cobra peso, cada vez más, en los círculos de las grandes potencias. Pese a que los EE.UU. se juegan su prestigio como nación dominante, el problema de las relaciones con Moscú es fundamentalmente europeo. La actual situación de Crimea y sus relaciones con Ucrania, de la que todavía forma parte, constituye el ejemplo del temor que sentimos todos ante decisiones internacionales precipitadas o poco reflexivas. La situación es cambiante y fluida. Hay convocado un referéndum en Crimea que los EE.UU. no van a reconocer y, casi al mismo tiempo, la zona se declara independiente y dispuesta a integrarse en la Federación Rusa. Rusia ha formalizado una ley que viene a cubrir cualquier vacío legal al respecto. Son muchas las prisas por ambas partes. Las amenazas a Moscú presentan un doble filo. El comercio y las relaciones con Rusia resultan imprescindibles y no sólo por el gas que abastece buena parte de Europa. Llega a afectarnos, incluso a España, porque el pasado año contamos con más de un millón de visitantes rusos de altos ingresos.

No ha habido movimientos de tropas ucranianas hacia Crimea, pero fuerzas sin distintivos, aunque aparentemente rusas, y voluntarios han rodeado los cuarteles ucranianos y la flota rusa, anclada en Sebastopol, ha tomado medidas. Debido al próximo referéndum Rusia ha cerrado el espacio aéreo de la zona. Sería suicida emplear la fuerza con la intervención de los dos bloques: Rusia frente a los países occidentales. Las razones que se aducen para justificar el embrollo derivan del golpe de estado que acabó con la presidencia de Victor Yanukovich. El primer ministro interino Rasen Yatseniuk afirmó que «Crimea no se entregará a nadie». Pero pocos dudan ya de que, de un modo u otro, Rusia defenderá y no cerrará la puerta a los ucranianos que deseen integrarse. Más delicado es el papel de Obama que ha recibido ya a las nueva autoridad interina. Los republicanos le atacan porque tras el fiasco de Siria la fuerza exterior estadounidense puede ponerse en duda. Pero como un choque armado en la zona podría resultar catastrófico, se confía en la vía diplomática, en la que la Unión Europea ha depositado toda sus esperanzas. Pero la vida diaria del ciudadano en la zona y en Kiev, después de los sangrientos disturbios, apenas si se ha visto alterada, salvo el acopio de alimentos en algunos casos. Las tiendas en las que vendían armas sin problemas se muestran mucho más restrictivas, aunque existe un mercado negro. Moscú ha vuelto a plantearse el proyecto de unir Rusia y Crimea por un puente que facilitaría las comunicaciones y el comercio en ambas direcciones. Es posible que haya cometido un error al intervenir de forma tan directa en la crisis, pero el recuerdo de la gran Rusia sobrevuela el mandato de Putin. Como recordaba la especialista Emmanuelle Armandon en el periódico «Liberation»: «Para los rusos Crimea es Catalina II, es el poderío naval del imperio ruso, es Yalta, los palacios imperiales, los poemas de Pushkin y las novelas de Chejov». La zona posee un valor que va más allá de una posible expansión territorial. Y la Unión Europea tal vez se precipitó al reconocer a las nuevas autoridades, formadas por una amalgama de grupos de extrema derecha o de extrema izquierda, sin consultar previamente a Moscú que, como se ha visto, tenía mucho que decir.

Cabe sospechar que las diferencias que se produjeron con la llamada «guerra fría» no se cerraron debidamente. Bien es verdad que la democracia en Rusia está empañada por la voluntad de poder y la corrupción. Pero cualquier confrontación supone una alteración profunda del necesario equilibrio. Si se ha dado por finalizada la existencia de bloques y hay acuerdos sólidos para el progresivo desarme nuclear, la convivencia con Rusia debe resultar más comprensiva. La primera medida tomada por las nuevas autoridades ucranianas de considerar al ruso como lengua no oficial, cuando existe una zona rusófila y buena parte de la población utiliza esta lengua, debió ser rectificada. Sin embargo, indica la dirección hacia la que se inclinan. Los movimientos asamblearios, acompañados de violencia, no auguraban una solución tranquila y la Unión Europea confió en exceso en su poder de convicción. Confiemos en que las aguas vuelvan a su cauce y que el problema de Crimea no enturbie unas naturales relaciones de buena vecindad. A nadie conviene una resurrección de la guerra fría, aunque tuviera ahora otras características. Las palabras de Arseni Yatseniuk no auguran nada bueno al calificar a las autoridades crimeas como «un grupo de criminales que llegó al poder con la protección de 18.000 soldados rusos». Hace ya muchos años que viajé de Moscú a Kiev en un tren de la época que hoy recuerdo, como era, muy del siglo pasado. El viaje duraba una noche entera hasta divisar el gran río, las barcas recreativas y una ciudad mitad jardín, muy distinta de aquel Moscú que había abandonado la noche anterior. No existía, entonces, ningún problema. No se hubiera permitido. Pero Kiev no queda tan lejos de la capital rusa. Sólo hace falta consultar un mapa.