Marta Robles
Lactancia materna
Jamás he sido una madre fundamentalista. Quizás por eso nunca he creído que la mujer sea más mujer si es madre, que nuestro mejor estado sea el del embarazo, ni tampoco que dar el pecho sea un regalo de la naturaleza. Yo, que soy madre de tres hijos y que amamanté durante el primer mes y medio de su vida a los tres, nunca disfruté mucho de la lactancia. Me resultaba dolorosa, no me gustaba oler a requesón y sobre todo me ponía de los nervios que alguien considerase que era una circunstancia digna de compartir y contemplar. Sé que hay madres que gozan enormemente del acontecimiento y que deciden dar de mamar a sus hijos hasta después de que les salgan los dientes, pero no fue mi caso, ni es el de muchas otras madres, que no somos ni mejores ni peores que ellas. Como no lo son tampoco las que deciden alimentar a sus hijos con biberones desde el primer minuto de sus vidas. Es cierto que la lactancia materna tiene beneficios probados para los bebés, que los inmuniza frente a las enfermedades y que está aconsejadísima por los pediatras; pero eso no implica que haya que esculpirle un monumento a las madres que amamantan a sus niños o dejarles espacios reservados en todas partes. Lo que pasa es que si antes la recomendación era amamantar a los bebés cada tres horas, ahora los pediatras, que a veces parecen el peor enemigo de la mujer, sugieren hacerlo a demanda. Es decir, a cualquier hora y en cualquier sitio. Derecho tienen las madres de amamantar en cualquier lugar. Otra cosa es que yo entienda que quieran hacerlo en un espacio público.
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