Paloma Pedrero

Lamento

Fíjense en la etimología de esta palabra: viene del latín "mentum"–resultado-, unido a una raíz indoeuropea "la"de carácter onomatopéyico, que expresa la acción de emitir sonidos. Y que también da lugar en latín al verbo "latrare"que significa ladrar. O sea que, haciendo un juego simple, podríamos decir que lamento es el acto de emitir ladridos. Pues bien, yo creo que nos pasamos la vida haciéndolo. Es parte de nuestra cultura. Los griegos lo reflejaban en sus tragedias, donde los coros se pasaban el tiempo soltando quejidos y pesares. Hoy, en este siglo nuestro, seguimos igual. Convertidos en víctimas de nosotros mismos. Porque el "Ay, pobre de mí, que mal me trata la vida", es la forma más poderosa de no hacer absolutamente nada por cambiarla. Emitir ladridos busca el ser escuchado, el que el otro te tome en cuenta, el demostrar que son los demás los responsables de tu situación. ¿Cómo vamos a transformar las cosas si ponemos esa posibilidad en manos de otros? ¿Cómo vamos a salir de un atolladero si siempre esperamos a que vengan a sacarnos? Demasiado fatalismo, demasiada entrega a dioses desconocidos, demasiado poder a seres ajenos. Solamente nosotros podemos cambiar el lamento por la obra, el llanto por la sonrisa, la negrura por la luz. Porque en nuestra forma de mirar, de pensar, de asimilar los golpes, está nuestra capacidad de felicidad o desdicha. Y el pensamiento, mucho más flexible de lo que creemos, se va acoplando a nuestras ordenanzas positivas. A nuestra nueva conciencia.

Un lamentador es un triste que grita sus tristezas, un espanto para el resto. Todo empieza a ser diferente cuando cambiamos ladrido por música. Y confiamos en que nuestra música suena bien.