Cástor Díaz Barrado
Lampedusa
La belleza que inspira la isla de Lampedusa, en su recorrido histórico y en su magnífica situación geográfica, se ha visto truncada cuando, a lo largo de los últimos días sobre todo, se ha asociado con la tragedia. Quizá más de 500 personas viajaban en una barca con el fin de alcanzar las costas italianas e, infortunadamente, muchas de ellas han encontrado la muerte. No es la primara vez. Qué dolor más profundo proporciona la inmigración y cuánto sufrimiento tienen que soportar quienes, por unos u otros motivos, se ven forzados a abandonar los lugares en los que nacieron. Qué espanto más insoportable observar la muerte y la desolación. Pero no es el momento de lamentaciones sino de poner remedio. La Unión Europea ha avanzado, sin duda, en la ordenación y regulación de los flujos migratorios, aunque aún queda mucho camino por recorrer. Los estados siguen teniendo amplias competencias en materia migratoria y todos estamos de acuerdo en que hay que combatir y acabar con las mafias que se enriquecen con la inmigración irregular. Las normas europeas y las normas nacionales deben elaborarse pensando en el ser humano. Si las leyes van en contra del sentido común y de las circunstancias de necesidad, carecen de valor. «Necessitas caret legis». La persona, en el centro de las preocupaciones de los gobernantes y de la sociedad y, por lo tanto, en el corazón del Derecho. Es la única vía para seguir afirmando que somos seres humanos y que los europeos queremos continuar siendo defensores implacables de los Derechos Humanos. Hay que hacer todo lo necesario para que Lampedusa no siga siendo un cementerio, como ha dicho la alcaldesa de la isla. Lo mejor es que la Unión Europa vaya adquiriendo cada vez más competencias en el ámbito migratorio y que se combata, con fuerza, la trata de personas pero, también, que se auxilie y ayude a aquellos que emprenden el viaje y que se ven inmersos en situaciones como la que ha acontecido en Lampedusa. No cabe la indiferencia como ha dicho, con rotundidad, el Papa Francisco. Es de sentido común. La crisis por la que atraviesa la Unión Europa no puede hacer que se cierren los ojos frente al fenómeno de la inmigración. Es hora de avanzar en una política verdaderamente común en esta materia. Y toda esa política debe concentrarse en los derechos de los migrantes. Esperemos que Lampedusa vuelva a ser esa isla mágica y mitológica de aguas cristalinas en la que no cabe pensar en la muerte.
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