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Alfonso Ussía

Lara

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Laralarazon

Me sorprendió su anunciada muerte entre nieves, granizos, fiebres y temblores. Repaso, ya en Madrid los periódicos, y me considero incapaz de escribir nada nuevo del gran empresario que se ha marchado, patrón de LA RAZÓN. Pero siempre hay algo nuevo cuando se recuerda a los grandes. He conocido a los tres. A José Manuel Lara Hernández, a José Manuel Lara Bosch y a Fernando Lara Bosch. José Manuel hijo, el grandullón, tenía en la cabeza un proyecto expansivo y ambicioso que chocaba con el conservadurismo triunfador de su padre. Fernando contaba con la plena confianza del viejo Lara, y su fallecimiento deshizo ánimos y planes. «Para Fernando Lara Bosch, lo más importante del mundo es José Manuel Lara Hernández. Para José Manuel Lara Bosch, lo más importante es José Manuel Lara Bosch. ¿Qué te parece?». «Que las dos opciones son respetables».

Lara padre era un personaje genial. Levantó un imperio de la nada. Un imperio editor, cultural, para mayor dificultad. Jamás perdió el acento sevillano de su Pedroso del alma. Oficial de la Legión, bailarín de Celia Gámez. Se casó con una barcelonesa inteligentísima, María Teresa Bosch, que se convirtió en su timón. Era arrollador, y terriblemente indiscreto. Intuitivo como nadie. Su aparición en la terraza común de su casa con una pistola descargada apuntando a Javier Godó me la narró en veinte versiones diferentes, todas divertidísimas. Y creo, sinceramente, que le hice un gran servicio en las postrimerías de su existencia.

José Manuel hijo. Enorme. Un tronco. Un empresario genial, con una visión del negocio mucho más amplia que la de su padre. No comenzó de cero, pero no devolvió diez talentos de los cinco que le entregaron. Devolvió diez mil. Y tenía, como ha escrito Marta Robles, un rincón de patrón cariñoso y humano, que chocaba con su incomensurable poder. Claro, que comportarse con cariño paternal con Marta Robles es más fácil que hacerlo conmigo. Cuando escribí en LA RAZÓN –su periódico–, contra sus decisiones empresariales, reaccionó como sólo hacen los grandes. Permitiendo que en LA RAZÓN se publicaran textos adversos a la compra por parte de Antena 3 de La Sexta. ¿Se figuran un artículo en «Abc» contra Guillermo Luca de Tena, o un texto en «El País» poniendo a Polanco a bajar de un burro? José Manuel Lara lo hizo, y pocos días más tarde me regaló un fuerte abrazo en LA RAZÓN mientras me decía: «No te pongas así conmigo, fiera, que no te he hecho nada». Enamorado de Andalucía, la raíz familiar paterna, y casado con Consuelo, extremeña, pero también más andaluza que el Puente Triana. Con una enfermedad asesina y dolorosa, mantuvo su tesón, su trabajo y sus obligaciones empresariales. «La primera obligación de un empresario es no retrasarse ni un día en pagar a sus empleados». Ser empresario, lo más difícil y heroico que se puede ser en España. O mejor escrito. Ser un gran empresario. Se enfrentó al separatismo catalán y advirtió que se llevaría Planeta a Sevilla si Cataluña lograba la «locura» de la independencia. «Soy andalán y cataluz, es decir, español». Le costó saludar a Carod Rovira en tiempos del Tripartito. «Mira si siento respeto por Cataluña y sus instituciones, que he aceptado a venir a comer contigo, que eres una de las personas por las que más desprecio siento después de lo que fuiste a hacer con la ETA en Perpiñán». Leal siempre con la Corona, leal siempre con España.

Y Fernando, la gran ilusión perdida en una carretera. Inteligentísimo y enamorado de la edición de autor. Cuidaba a los autores con una generosidad y simpatía extraordinarias. Pero se fue. Y el imperio lo manejó José Manuel, del que su padre se habrá sentido en sus nubes profundamente orgulloso.

Los tres, tan diferentes y tan formidables.