Alfonso Ussía
Las cuentas de «Oli»
Es muy probable que en familia, a Oleguer Pujol lo llamen «Oli», diminutivo rebosado de cariño. Me he emocionado antes de tiempo. Dos líneas y afloran las humedades por mis ojos. Jamás entenderá «Oli» Pujol lo mucho que lo admiro. Tengo una sola cuenta corriente como la camiseta del Milan. Negra y roja a rayas, de acuerdo con mi saldo. Carezco de habilidad para la administración patrimonial. Y siento envidia de la mala cuando me topo con un ser superior que domina el tinglado de diferentes cuentas. «Oli» Pujol, en 2012, tenía a su nombre 81 cuentas bancarias. La mayoría de ellas a su nombre, y otras como apoderado de las empresas de su bien tejido entramado societario. Hay que tener mucha cabeza para mantener a todas ellas en números negros, positivos. Para colmo, dispersas. En nueve entidades bancarias las cuentas en España, y en ocho, los depósitos en el extranjero. Con independencia de Londres y Lisboa, el resto de las cuentas foráneas se registran en domicilios seguros. Las islas de Man y de Guersney, en el Canal de la Mancha. En Willemstad, allá en Curaçao, las Antillas holandesas, y para no ser menos en su familia, en Andorra. El bellísimo Principado, del que son co-Príncipes el obispo de la Seo de Urgell y el Presidente de la República francesa, es para los Pujol mucho más importante que Cataluña. Todos los rendimientos de la herencia del padre de Jordi Pujol, fundamento de la colosal fortuna de la ejemplar familia, tienen su origen y desarrollo en Andorra. Resulta curioso que una herencia que no ha existido dé tanto de sí.
Para mí, que «Oli» es el más inteligente de la numerosa familia Pujol. De no serlo, es complicado comprender la confianza que sus padres han depositado en su capacidad financiera. No pretendo caer en el juicio de valor fácil y sesgado. Esas cuentas corrientes no acumulan ninguna fortuna personal ni familiar. Se trata de un dinero puesto a buen recaudo en beneficio de Cataluña. Las arcas de la Generalidad están vacías, y en el mismo instante que se produzca la ansiada independencia, los Pujol devolverán a Cataluña una fortuna admirablemente administrada y multiplicada por cien. Prueba de que no hay sospechas respecto a la honestidad de los Pujol es la serenidad de los jueces en la interpretación de su fortuna. Si los Pujol hubieran actuado de mala fe, ya estaría más de uno enchironado. Pero no. La grandeza de miras de tan espectacular muchedumbre familiar elimina cualquier vestigio de suspicacia, desconfianza o recelo. Esa inmensa fortuna que descansa y crece en el extranjero ha alarmado en gran medida e intensidad a la ciudadanía. Pero los diferentes gobernantes de «Madrit» sabían de su existencia con pelos y señales. Eso, los pactos, que en tantas ocasiones se establecen a espaldas de los tontos que pagamos los impuestos.
Cataluña no puede alcanzar la independencia ni convertirse en un nuevo Estado sin el dinero de los Pujol. Algún día, en el futuro, les serán reconocidos sus desvelos, su precisión financiera para colaborar en la formación del Estado emergente. Habrá que comprar muchas cosas, aviones por ejemplo, y en la actualidad no hay dinero para ello. Ni para un patrullero de costa con misiles antiáreos, que a los vecinos hay que asustarlos para que no abusen. Y todo eso lo pondrán los Pujol, y el que lo dude es un anticatalán y un facha.
De ahí que los jueces harían bien en dejar en paz a estos catalanes ejemplares, padres e hijos, y no hurgar en detallitos sin importancia.
Los Pujol viven con modestia, se quieren, confían en sus mañas, y uno de ellos, «Oli», ha sido elegido para administrar el dinero de la nueva nación. Mi admiración profunda y sin límites. Pasarán a la Historia junto a Ghandi y Golda Meir.
Y en el resto de España, sin enterarnos.
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