Ramón Tamames
Las elecciones andaluzas
Son cuatro las CC AA que en sus estatutos disponen del privilegio de que el presidente de su consejo ejecutivo (como dice la Constitución, aunque todos se llamen a sí mismos gobiernos), pueda convocar elecciones propias al margen de las otras 13+2 autonomías. En 2015, irán juntas, con todos los municipios, a las urnas, el 24 de mayo. En ese sentido, Susana Díaz escogió como fecha el 22 de marzo más que nada, con la idea de que sus nuevos adversarios políticos, Podemos y Ciudadanos, no tengan tiempo para menguarle aún más los votos al PSOE-A.
En las próximas elecciones andaluzas, cabe esperar que la actual presidenta de la Junta pueda seguir gobernando desde el impresionante Palacio de San Telmo, con su enorme parque adyacente, que uno no entiende por qué no se abre al público. Y seguirán los socialistas andaluces con el despotismo que les ha caracterizado en su gobernanza casi eterna, teñida de clientelismo, corrupciones, ineficiencias, etc. Que siguen haciendo de la segunda región por superficie y primera por población de las Españas la meca permanente del mayor paro del país.
Susana Díaz seguramente ganará por mayoría simple, con base en un «estado de gracia» respecto a su persona, que se prolonga mucho más allá de los tradicionales primeros cien días de gobierno. A pesar de su carácter de «apparatchik» del PSOE-A, con pocas expresiones concretas de cómo va a cambiar Andalucía, para hacer de ella la región el área más avanzada de España. Como casi prometió el pasado jueves 12 –lo oí en directo estando en Sevilla— el consejero de Economía de la Junta en el Congreso de la Singularity University (SU). Parecía que, junto al Guadalquivir, estuviéramos ya en el Silicon Valley de California.
En pro del PSOE-A juegan, además, el aparente buen carácter de su candidata, y de manera coyuntural, la ternura de su próxima maternidad. Así como algunas puntualizaciones suyas, muy recientes, sobre la unidad de España (frente a las veleidades de Artur Mas y su séquito), al igual que manifestaciones bien expresivas de adhesión a la Corona y a la «Santísima Transición», tan denostadas, ambas, por diversidad de fuerzas emergentes y también por una Izquierda Unida (IU) que ha perdido definitivamente su norte al retirarse del pacto constituyente de 1977/78, cuando el PCE (que sigue siendo el núcleo de IU) aceptó como «do ut des» la bandera de Carlos III y la monarquía parlamentaria como forma de Estado que después se plasmó en la Constitución. Todo eso va a pesar mucho en lo que podrá ser una derrota estrepitosa del partido más a la izquierda del espectro político español –con el permiso de Podemos—, por mucho que hayan puesto de candidato para las andaluzas a Antonio Maíllo, poeta nada desdeñable.
Nuevos en la plaza son Podemos y Ciudadanos. Con figuras al frente que ofrecen un gran contraste: mesiánica en el primer caso, y estimulante en el segundo. De modo que muchos antiguos votos del PP, e incluso de IU, irán a esas dos novedosas formaciones. En lo que va a ser una especie de experimento –no in vitro, pues Andalucía es muy ancha y muy larga— en el combate de los cuatro partidos de ámbito nacional con aspiraciones a La Moncloa, por mucho que las dos formaciones emergentes no hayan tenido apenas tiempo para entrar en la liza con una organización y un currículum demostrados. Pero poco importa, según parece, pues las dos, teniendo al frente de sus mesnadas a la belicosa Teresa Rodríguez (Podemos) y al expresivo sanluqueño Juan Marín (C’s), pueden superar los dos dígitos en el porcentaje de sufragios.
El PP no lo tiene claro: después de un Javier Arenas que parecía eterno en el paisaje andaluz –entre el Mulhacén y el Guadalquivir—, la candidatura de Juanma Moreno Bonilla, impuesta directamente desde La Moncloa (Sección Soraya), ha llegado muy tarde y con no muchos antecedentes para encandilar al personal. Lo cual no es óbice para reconocer que Moreno ha tenido una buena performance (como dicen los demoscópicos), en el primer debate entre candidatos, pues objetivamente tiene buen bagaje personal.
Hablar del Partido Andalucista y de otros grupos políticos (incluidos los de UPyD, que están tristes y llorosos), sería casi perder el tiempo. En el caso de los andalucistas, se echa de menos la figura que llegó a ser casi mítica, Alejandro Rojas Marcos, autor de una de las mejores definiciones de la política: «Un subproducto del amor...».
No cabe decir todavía lo de los croupiers de la ruleta, «les jeux sont faits», porque aún queda lo mejor de la campaña electoral, y con tantos nuevos pretendientes en el ruedo, podremos ver un espectáculo interesante.
El pronóstico final: Susana tendrá que pactar, por lo menos, un acuerdo parlamentario. Y como con Podemos parece difícil, por las sanas intenciones de los de Iglesias de fagocitar a IU, y, si llega el caso, también al PSOE, quedan como posibles acordantes el PP y C’s, con una posible combinación que sería el primer ensayo para después de las generales, coaligarse en forma parecida a como se hizo en tiempos en la República Federal de Alemania.
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