Restringido
Las fiestas
Los tentáculos de la ciudad van apoderándose, cada año más, de la vida rural. En verano los coches invaden las calles, las plazas y hasta las callejas por donde antes jugaban libremente los niños y por donde andaban los perros sueltos y circulaban pausadamente las vacas en busca del pilón de la fuente. Escribo desde El Valle, la comarca soriana al pie de la Cebollera donde hacían la famosa mantequilla. Es mi cita obligada, desde hace cuarenta años, con las fiestas de la Virgen y San Roque. En este tiempo, todo ha cambiado. Sólo aumentan los vecinos del cementerio. Las escuelas, dedicadas a Tierno Galván, hace tiempo que cerraron. Durante el año no quedan niños, ni apenas animales. Me decía Julio Caro Baroja en su casa que daba al Retiro que un sitio es habitable cuando los niños juegan en la calle. Ahora veo que dice algo parecido el psicopedagogo italiano F. Tonucci, partidario de que vayan solos al colegio porque los niños están más seguros en la calle que en casa. Cuando llegan las fiestas, los pueblos se esfuerzan en mostrar las viejas costumbres a los forasteros.
Recuperan por un día las danzas antiguas, la caldereta en el prado y los partidos de pelota en el frontón, solitario durante el resto del año. La «gallofa» de los mozos recorre las casas con dulzainas y tamboriles, los mayores juegan a la tanguilla como entonces y hasta las mujeres sacan los olvidados bolos al asfalto. Son despojos de un pasado que no volverá, una representación nostálgica y un último gesto de resistencia. Los pueblos se mueren y los que sobreviven dejan de tener vida propia.
La civilización rural agoniza entre el ruido de los coches y el estruendo discotequero de la verbena hasta el amanecer. Le preguntan a John Berger, afincado en un pequeño pueblo, qué es lo más importante que hemos dejado atrás y responde: «El sentido del pasado y el sentido del futuro. Lo que vivimos y lo que somos. Hoy el motor para vivir es el instante presente, que es el instante del mercado. Así que esa perspectiva que nos ofrece la visión del pasado, presente y futuro ha quedado enormemente reducida. Ya no sentimos, como se sentía hasta hace muy poco, que los muertos están con nosotros ni que tenemos una deuda pendiente con los que aún no han nacido». Pues eso.
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