Manuel Calderón

Las primas gemelas de Panero

Involuntariamente o no, Leopoldo María Panero ha planteado la cuestión de la propiedad de los muertos. Es decir, ¿de quién son los muertos? Ni su cuerpo ni sus cenizas han sido reclamados por nadie. Panero no tenía a nadie, ni era propiedad de nadie. Hasta el día en que fue incinerado en el Tanatorio de San Miguel de Las Palmas de Gran Canarias, el pasado viernes. Al funeral asistieron unas treinta personas y se leyeron unos poemas. Ninguna autoridad pública ni cultural apareció (dos ministros y un director general enviaron condolencias a sus editores); había refrescos y cigarrillos en vez de flores, ni las del mal. Entre el público, destacaron tres extraños personajes: dos primas gemelas del poeta, desconocidas hasta ahora, por cuyo aspecto parecían llegadas de otro mundo –tal y como me lo cuentan– y dispuestas a reclamar el legado de Panero. La tercera persona está casada con una de ellas y dirige la muy secreta cátedra Leopoldo María Panero en la Universidad de La Laguna. Su nombre es Javier de la Rosa, inédito entre los exegetas de nuestro «poeta maldito» y del que todos han reclamado estos días hasta la ignominia una parte ahora que él ya no necesita nada. Los locos, como los tontos, son del pueblo. Incluso el ayuntamiento de Astorga, centro del averno de la familia Panero-Blanc, quisiera llevarse las cenizas, me cuentan, por si pueden sacar algo de ellas. Llamo a Segundo Manchado a Las Palmas, el psiquiatra que desde hace años se hizo cargo, en todos los sinsentidos, de Panero, incluso en lo material. Me cuenta que su biblioteca está protegida aunque desdentada porque en los últimos años vendió muchos libros. Andaba por ahí dictando poemas por la calle, al punto de que en Italia ha aparecido una edición bilingüe con estos versos. La funeraria ha dado una semana de tiempo para que alguien reclame las cenizas, de lo contrario serán aventadas según dicta el protocolo, con lo que Leopoldo María Panero pondría punto final a su largo poema.