Alfonso Ussía
Levitación
Soy, aunque muchos no lo crean, una persona sensible. Más aún, sensiblera. Y desde niño me emociona la poesía. Política y poesía no caminan de la mano, pero hay excepciones. Para mí, para una abrumadora mayoría de españoles, y en la actualidad, para todos los demócratas venezolanos, Rodríguez Zapatero ha sido un desastre, una calamidad, una pesadilla, un contratiempo y una zancadilla a la inteligencia y el bien común. Pero es justo valorar su dimensión poética. «La Tierra sólo es del viento», reflexión a viva voz, se puede tomar como el bellísimo título de un poemario excelso. Igualmente su pretensión de oficio cuando dejó de ser el peor presidente de Gobierno de la Historia de España. «Supervisor de nubes tumbado en una hamaca». Hay poesía en esa supervisión. Poesía e indolencia, pero poesía al fin y al cabo. Y lo último nacido de su talento, es sencillamente, la monda. «El ejercicio de la política es acariciar la inteligencia». Levito.
Ahora entiendo la incomprensión que rodea a Zapatero en su dimensión política. En lugar de llevar a España a la ruina por su simple incompetencia, lo hizo por acariciar la inteligencia. Se ignora de qué inteligencia se trata, pero hay que respetar el enigma. En Venezuela, sus asesorados no lo han interpretado bien, y en lugar de acariciar las inteligencias de los venezolanos que desean la libertad y la recuperación de sus derechos, les abren la cabeza a porrazo limpio. Zapatero ha estado acariciando la inteligencia de Maduro durante los últimos años, y a Maduro le han sentado mal sus caricias. Ha acariciado la inteligencia de Diosdado Cabello y demás generales narcotraficantes, y ha logrado que la nación con más recursos petrolíferos del mundo se quede sin gasolina para los coches. Hay que acariciar muy bien la inteligencia para alcanzar tamaño logro. Aquí, en España, nos acarició la inteligencia no reconociendo la evidencia de la crisis económica y derrochando en bobadas y naderías miles de millones de euros. Y acarició su inteligencia de manera especial cuando se inventó la alianza de civilizaciones, ese milagro del conocimiento de los pueblos diversos y lejanos consistente en reunir en un mismo plano al siglo XI y al XXI. Pero había poesía en su pretensión, como en la Ley de la Memoria Histórica, una ley que dividía a los caídos en nuestra Guerra Civil en dos categorías. Los fallecidos y los asesinados. Son fallecidos todos los caídos y fusilados por las milicias republicanas y asesinados los que cayeron ante los pelotones de los nacionales. Así, por ejemplo, mi señor abuelo, que falleció por causas naturales en Paracuellos del Jarama mientras el gran poeta Federico García Lorca murió asesinado por un grupo de falangistas. Y algo de razón tiene la Ley de la memoria Histórica. Es absolutamente natural fallecer como consecuencia del efecto de una decena de balas incrustadas en el cuerpo. Lo contrario, sería antinatural. Balas, que por otra parte, mataban acariciando la inteligencia.
El acariciador de inteligencias y masajista del talento, ha culminado su labor intermediaria entre la dictadura comunista bolivariana y el pueblo democrático de Venezuela. Y lo ha culminado con un notable alto, dedicando sus caricias a los tiranos y carceleros y mostrando su espalda a los presos políticos y ciudadanos encarcelados por sus ideas. No tiene culpa alguna Zapatero. La tienen los que se obcecan en interpretar con sesgo y rechazo la inteligencia de sus caricias. Así al menos lo interpreto yo, que soy sensible, sensiblero, amante de la poesía y necesitado de ser acariciado en su inteligencia por las manos de Rodríguez Zapatero, el gobernante poeta. Levito.
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