Ángela Vallvey
Liberar
Se decía en El Quijote: «El retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza». Hablaba así Sancho, con los pies anclados más en la tierra que en el cielo (al contrario que don Quijote). Sancho estaba convencido de que es de sabios «guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día. Y sepa que, aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que hemos menester ahora más los pies que las manos». Habla Sancho después de la famosa aventura de los galeotes: unos hombres que son conducidos a las galeras del rey, «ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro, por los cuellos, y todos con esposas en las manos». Una gente «forzada del rey». Don Quijote se queda espantado al saber que el rey fuerza a la gente. No se lo puede creer. No le gusta nada la idea, ni siquiera cuando Sancho le asegura que se trata de delincuentes, y que son llevados a la fuerza como condena por sus delitos. Han robado, o pagado un soborno incompleto, o ejercido el vil oficio de la alcahuetería. Otro ha seducido y preñado a cuatro mujeres... Pero Don Quijote, en su candor, cree que todos deben ser liberados. Y que él, caballero andante, se basta y se sobra para absolverlos, sin necesidad de tribunal o corte de justicia. Porque «Ya se encargará Dios de castigar al malo», en todo caso... O sea, que los libera de su yugo, y les pide que a cambio vayan a buscar a Dulcinea, para contarle la hazaña de su amado Quijote. Los delincuentes, sin embargo, alegan que, más bien, tienen que poner pies en polvorosa para ocultarse de la autoridad. Don Alonso, entra en cólera. Y los galeotes les dan una tunda que los deja baldados, humillados: a Sancho en pelota, queriendo huir por prudencia, y a don Quijote incrédulo y mohíno ante tanta ingratitud. Moraleja política: puede que el ingrato deba agradecimiento por ser liberado de sus cadenas, pero no siempre agradece un carajo, bien porque no puede, porque no le da la gana, porque tiene que salir corriendo, o porque, como el alacrán, es un desleal capulláceo.
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