Literatura
Libros
Si, como ha escrito el recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Baumann, vivimos en una «sociedad líquida», los libros deberían servirnos como islotes para evitar morir ahogados. Hablo de libros no de masturbaciones mentales o extravagancias seudo literarias que pueblan nuestras librerías. Esta modesta reflexión me viene después de haber pasado el fin de semana entregado a la lectura de dos libros que tratan el mismo tema: el proceso que tuvo lugar en el Vaticano y en el que fueron condenados el monseñor español Lucio A. Vallejo y la relaciones públicas italiana Francesca I. Chaouqui y absueltos los periodistas Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi autores de dos libros- cloaca sobre las finanzas vaticanas. El autor principal del primer libro que comentamos es el jesuita Federico Lombardi, entonces director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, y tiene como título «Vatileaks 2, el Vaticano a la prueba de la justicia humana». Su objetivo es demostrar que el proceso no fue una farsa y que era necesario hacerlo como una etapa en el «fatigoso camino hacia la transparencia, la verdad y la justicia en el humanísimo mundo vaticano». Es un libro riguroso, pero que resultará una desilusión para los que busquen «los presuntos misterios vaticanos o los diabólicos complots», como afirma el jesuita en su prólogo.
El segundo libro se titula «En nombre de Pedro» y lo ha escrito la señora Chaouqui, que durante el proceso dio a luz a su primer hijo al que puso como nombre Pedro. Como no podía ser menos estamos ante un testimonio apasionado no del proceso en el que resultó condenada a diez meses de cárcel (de los que el Tribunal le dispensó), sino del período en que trabajó en el Vaticano gracias a los buenos oficios de Monseñor Vallejo. No hace revelaciones sorprendentes, pero publica documentos inéditos sobre las finanzas vaticanas y habla de un informe sobre la seguridad del Santo Padre de los servicios secretos españoles a petición del sacerdote astorgano. De éste, por cierto, se ha perdido el rastro desde que Francisco le concediera recobrar la libertad cinco meses antes de que concluyera su pena.
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