Paloma Pedrero

Llegaron

Llegaron y pasaron. Los Reyes Magos. Los que dejan regalos en cajas. Oro, incienso, mirra. Juguetes, calcetines, tecnología. Cosas. Que también son necesarias, desde luego. Algunos las necesitan; necesitan un abrigo o una cocina o gafas nuevas o unas buenas botas. Hay muchos hoy en día que habrán intentando dejar al otro lo que precisa. Porque hay mucha penuria. Otros tantos habrán hecho de regaladores porque sí, porque lo pide la fecha y sin necesidad. Regalar algo a alguien que no requiere de nada material es muy complicado, casi absurdo. Exige de un enorme ejercicio de empatía, algo que no se practica demasiado. Para eso hay que conocer muy bien a esa persona. Apuntar en la memoria esos deseos que algún día dejó caer, como de pasada, como si no pudiera obtenerlos. Hay gente que sabe pedir, quiero esto, pero eso no es tan bonito. Es más hermoso dejarte adivinar. A mí me ha ocurrido, a mí que ya apenas necesito mercancía. Una Navidad comenté que siempre me había hecho ilusión que tocarán el timbre de mi puerta y apareciera alguien con una cesta llena de manjares. Lo había visto muchas veces de pequeña en casas vecinas y nunca en la propia. Una mañana ocurrió. Un Rey Mago dejó la cesta en mi puerta. Qué sorpresa de veras, qué regalazo. Hoy han llegado y ya se han ido. Habrán sido tan injustos como los tiempos que corren. A mí me gustaría que hayan dejado muchas cosas de las que no se puede prescindir. Y alguna sorpresa buena. A la buena gente.