César Vidal
Llora como mujer
Una vez más han logrado revolvernos las tripas y ponernos el corazón en la boca, horrorizarnos con la sangre que han derramado y obligarnos a pensar dónde será la próxima vez. Una vez más son los mismos. Una vez más contemplaremos las reacciones de siempre. Los políticos tibios recurrirán a cualquier tipo de eufemismos para no adjetivar los actos terroristas y permanecer en la cálida inmundicia de lo políticamente correcto. La secta que reparte carnets de democracia convocará manifestaciones no para condolerse por el destino injusto de las víctimas sino en contra de la islamofobia. Los necios que decidieron hace décadas que la manera de articular el futuro de Occidente es desnaturalizarlo y abrir las puertas de par en par a sus enemigos se apresurarán a condenar como fascistas a cualquiera que se atreva a musitar siquiera un jirón de verdad. En el colmo, no faltarán almas miserables empedradas de vileza moral que acusen de lo sucedido en Francia a Aznar, a Tony Blair o al Cid campeador. Hace tiempo que entramos en guerra y la estamos perdiendo. La estamos perdiendo porque el enemigo cuenta con una quinta columna de suicidas morales que prefiere franquearles los umbrales a defender a los que están dentro de la casa. La estamos perdiendo porque ha habido canallas que decidieron que era mejor que Cataluña se llenara de inmigrantes musulmanes que aprendieran catalán que de aquellos que venían de Hispanoamérica y que ya venían marcados por el nefando pecado de hablar español. La estamos perdiendo porque existe un pacto – quien sabe si escrito– para no llamar a las cosas por su nombre. La estamos perdiendo porque, gracias a monstruosidades como la ideología de género, hemos ido convirtiendo nuestra sociedad en un ente envejecido y estéril mientras que los vientres de ellos no paran de engendrar a quienes hoy viven de nuestros impuestos y mañana tomarán nuestras calles. La estamos perdiendo porque muchos de los que ven la realidad, callan y callan porque temen y temen porque saben que sobre ellos puede caer cualquiera de los tentáculos de un poder despótico que los pulverizará por no querer seguir al rebaño. La estamos perdiendo y cuando se selle nuestra derrota –que comenzó en Oriente Próximo y se consumará en Europa– ni siquiera habrá quien llore por lo perdido y si lo hubiera, se le podrán decir las mismas palabras que a Boabdil el chico le dirigió su madre: «Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre».
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