Lucas Haurie
Lluvia al paso
La capacidad de empatía es una prueba de madurez que, desde la absoluta indiferencia hacia las procesiones de Semana Santa, este periodista ha logrado construir con los amigos, familiares y conocidos capillitas. Que, parafraseando a Gabinete Caligari, son más de un millón. Un poeta sevillano, rancio ateneísta pero más amante por estas calendas de la arena de Sanlúcar que de las cofradías, definió el estado de enajenación mental transitoria que acomete al gentío debido al desfile de pasos y tronos como «berrea litúrgica». Había mucho de elitista desprecio en la expresión, esa injustificada superioridad intelectual de la que blasonamos los cartesianos, como contenía toneladas de mala uva la delectación con la que uno seguía las retransmisiones radiofónicas en las tardes lluviosas en busca de ese discurso desgarrado del hermano mayor que comunica a los nazarenos la decisión de no hacer la estación de penitencia. «Ojalá todas las desgracias en la vida fueran ésas», nos decían con sabiduría las abuelas al vernos desconsolados por una pavada y lo repetíamos como suprema muestra de solidaridad posible al capirotero frustrado por los meteoros, no sin antes haberle mostrado una abierta (y sádica) sonrisa. Pecados de juventud, cuando las pasiones propias son desgarradoras y se tratan de racionalizar las ajenas. Hoy, Sábado de Pasión, miro al cielo con el mismo alma en vilo de miles de andaluces. Muchos de los cuales, además, han apostado al sol sus últimas esperanzas de reanimar el negocio. Quiera la Providencia que no caiga una gota en lo que queda de marzo.
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