Paloma Pedrero
Lo mío, lo tuyo
Comienzo con una preciosa cita del maestro espiritual francés Omraam Mikhaël Aïvanhov : «Un hombre está casado y, puesto que puede imponerse a su mujer, obligarla a esto, prohibirle aquello, se imagina que le pertenece. Pues bien, no, es una ilusión. Pero si siente admiración por ella, si la considera como una criatura preciosa, como un aspecto de la Madre divina, entonces sí, ella le pertenece, aunque le deje la mayor libertad, incluso si no la toca. Los humanos creen que para poseer algo o a alguien, deben tenerlo en sus manos. No, desgraciadamente, aquello a lo que más se aferran es a menudo lo que menos les pertenece». Y así con todo. Porque sólo es nuestro lo que nos produce alegría, emoción, interés, plenitud. Sólo lo que nos conmueve profundamente nos pertenece. Y esas personas, esas cosas no suelen estar ni en nuestras manos, ni en nuestras casas, ni en nuestras camas. Son del mundo y están para que las disfrute el mundo entero. La gente toda. Si voy a un museo, veo un cuadro preciosísimo y me lo quiero llevar, si lo hago, dejará de ser mío. A veces, es cierto, la suerte nos permite tener muy cerca lo que nos da más luz. Una pareja, hijos, amigos, paisajes hermosos, trabajos creativos... Algo de eso incluso salió de adentro nuestro, entonces ya no nos cabe la menor duda de que nos pertenecen. Decimos es mío. Mi hijo, mi jardín, mi coche, mi obra. Pues no, todo eso es mío y tuyo. Y cuando yo quiera encerrarlo en mi cajón ya no será de nadie. Morirá ahí. Porque dejará de conmoverme. Porque sólo nos queda lo que damos.
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