Marta Robles

Lo que esconde la normalidad

Lo que esconde la normalidad
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Nada inquieta tanto como pensar lo que esconde la normalidad. Que unos padres se conviertan en criminales, por ejemplo. Y casi sin motivo. Los de Asunta podrían haber acabado con la vida de la pequeña simplemente porque su existencia cambió de rumbo. Se separaron, a la madre se le hicieron grandes los acontecimientos, se derrumbó en una depresión y, al recuperarse, le incomodaba su niña para una vida nueva. El padre, por su parte, lejos de la unidad familiar, pero revoloteando alrededor quizás por tener su futuro económico en equilibrio, no habría dudado en ayudar a su ex mujer a acabar con la hija de ambos, a cambio de una seguridad material. Incluso podría haber diseñado él mismo la forma de perpetrar el crimen, mientras caminaba por la calle, cada día, de la mano de la pequeña. La niña, lentamente asesinada a base de ir durmiéndole poco a poco la voluntad con ansiolíticos, debió de llegar casi inconsciente a su propia muerte, aunque tal vez con la terrible certeza de que sus padres se querían deshacer de ella. El malestar físico es insoportable, pero lo es más el dolor del corazón, cuando siente que se quiebra en mil pedazos por la falta de amor de aquellos a quienes más se ama y en quienes más se confía. Asunta era una niña inteligente e intuitiva. Y tal vez quiso pedir auxilio, con vagas señales difíciles de entender. No lo logró. Casi con total seguridad, sus padres, fríos como el hielo, se deshicieron de sus sentimientos, si alguna vez los tuvieron, y acabaron con la vida de la niña, tras haberlo decidido cualquier tarde normal, frente una taza de café, humeante y cotidiana.