Pedro Narváez
Lo sabían y no hicieron nada
La propaganda es un poema a la mentira. Los «desinformados» Mossos sabían desde mayo que existía una alerta sobre un posible atentado en Las Ramblas, como así ocurrió el 17 de agosto. Ese cuerpo de seguridad que va a recibir con toda la precipitación del universo una medalla de oro por matar a unos terroristas, y que hoy son unos advenedizos en la élite de los héroes, conocían los planes de Estado Islámico, pero no hicieron nada.
Las Ramblas, para el que hurtaron a Lorca unos versos mediocres, quedaron desprotegidas y sirvieron de tumba a unos pocos turistas además de otros de nacionalidad española y catalana, según el soniquete xenófobo de la Generalitat. Aquellos días en que los mimbres de la república catalana recibió el soplo estaban a otra cosa, a purgar a todo aquel que dudara del «procés», mucho más importante que cuidar de almas en peligro de muerte. El conseller de Interior de la Generalitat fue uno de ellos. En Cataluña no había más ojos que para la desconexión. Al final desconectaron la vida de unas víctimas que ya están en el limbo político del olvido desde la delirante manifestación del pasado sábado. El cinismo de los pretendientes al nuevo trono de Cataluña llegó tan lejos como una flecha envenenada. No sólo negaron por tres veces el aviso –lo remarcó Puigdemont, el conseller Forn y el mayor de los Mossos–, sino que atacaron al Estado porque no les permitía entrar en Europol, si bien todo el mundo sabe que hay un equipo en el que están todas las policías de España, incluida la catalana, que tiene acceso al servicio europeo. Estaban desviando el foco para que no les cogieran en pelotas. Pero al final resulta que estos reyes van desnudos y no tienen vergüenza.
A un mes de la cita con su liberación ya saben los catalanes de otra más de las mentiras que a sabiendas lanzan los padres de su patria. Y no es una cualquiera. Es el gran engaño. Lo que le espera a la república independiente. Para qué colocar bolardos en aquella tierra de libertad donde fluye la leche y la miel aunque lo advirtiera la CIA. Mejor culpar al Estado de que la comunicación no llega. Y tanto que llega. Ahora toca hacer otra purga. Pero de los que mintieron. Porque una advertencia de esas características, de las que llegan muchas, puede pasar inadvertida en Barcelona y en París. Humano es errar. Lo que no parece ético es mentir y echar basura sobre las Fuerzas de Seguridad del Estado cuando el hedor invade su propia casa.
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