César Vidal
Los ángeles de Down
En 1935, una ley del III Reich legalizó el aborto de aquellos que padecían malformaciones genéticas. La norma –presentada como una muestra de progreso– dio paso, en 1939, a la legalización de la «destrucción de seres humanos indignos de la vida», un programa aceptado por los médicos y resistido sólo por algunas enfermeras y miembros de las iglesias evangélicas y católica. He recordado mucho estos hechos en las últimas semanas al ver cómo personas a las que, por otras razones, tengo en consideración, como Javier Nart, Arcadi Espada o Ramón Tamames, han abogado por la eliminación de esas existencias como lo único que «tiene sentido», puesto que su vida no es digna de ser vivida. Otro personaje incluso ha incluido entre las «graves taras genéticas» que justificarían supuestamente estas acciones la diabetes, la alergia y la debilidad inmunológica. Hasta los años setenta, no pocas de las personas que presentaban síndrome de Down eran internadas en instituciones donde no recibían educación alguna. Sólo la labor anónima y eficaz de algunas familias y médicos permitió descubrir que la mayoría podía aprovechar la escolarización. En la actualidad, los nacidos con síndrome de Down aprenden a leer y escribir; encuentran trabajo e incluso llegan a completar estudios universitarios. Lejos de ser estúpidos o tarados que no tienen «una vida digna de ser vivida», como pretenden algunos, sus existencias son útiles y fecundas y, de manera bien reveladora, presentan un porcentaje de felicidad muy superior al de aquellos que no tienen síndrome de Down. Pretender, pues, que deben ser exterminados en el claustro materno porque su vida no es digna de ser vivida constituye no sólo una falacia bochornosa sino, fundamentalmente, una vileza moral. Con éxito, eso sí. A mediados de los ochenta, en España había un niño nacido con síndrome de Down por cada setecientos. Actualmente, la proporción es de uno por mil quinientos. La razón es simplemente que se les da muerte. De hecho, el 90 por ciento de los padres españoles opta por abortarlos y es común que los médicos se llenen de ira cuando la madre da a luz a un niño así. Quizá las vidas indignas de ser vividas sean las de aquellos que consideran que tiene sentido exterminar a criaturas inocentes. Por mi parte, no soy optimista sobre el futuro de una sociedad que abandona perros y ancianos en gasolineras, que decide qué existencias son dignas de ser vividas y que le niega la vida a ángeles porque tienen síndrome de Down.
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