José Antonio Álvarez Gundín
Los enanos del jardín
Es inexplicable que, mientras la Cataluña económica lidera España, la Cataluña política proponga su destrucción. Al mismo tiempo que Fainé, Lara, Puig o Andic fortalecen el país con sus empresas, Mas, Junqueras o Herrera se aplican a fracturarlo con sus desatinos. Es un gran enigma que, habiendo dado a la España democrática los mejores empresarios, artistas, editores, investigadores o deportistas, Cataluña haya producido la clase política más mediocre de su historia. Eso explica que no haya habido en 34 años un solo presidente catalán. La vocación de liderazgo de las élites catalanas, que las lleva a ponerse al frente de la locomotora española con decisión y acierto, brilla por su ausencia en los políticos, colección de personajes adocenados y ensimismados en su ombligo. Las primeras son el escaparate de nuestra casa común en el mundo; los segundos son los enanos del jardín.
No es verdad que los pueblos tengan los representantes políticos que se merecen, al menos no en Cataluña. La vieja y ambiciosa aspiración de gobernar España que inspiró a los mejores dirigentes catalanes del siglo XX ha desaparecido desde que Miguel Roca fracasara en 1986 con su «Operación reformista». Ni Jordi Pujol ni Pascual Maragall, los dos referentes políticos durante 25 años, fueron capaces de articular unos partidos sin la caspa de la barretina. Como si su aspiración máxima fuera administrar el 3% y repartirse educadamente las comisiones. La filosofía del «Oasis catalán» sólo ha producido camellos de la política, tan ayunos de mérito como sobrados de codicia. Por qué la llamarán independencia cuando quieren decir impunidad. De ahí que, debajo del ruido y la furia separatista, pugne por salir a la superficie el catalán de a pie, que se considera traicionado por sus representantes políticos y sindicales. Por ejemplo, Méndez y Toxo deberían explicar por qué en Madrid las «mareas» multicolores se multiplican contra el Gobierno de Rajoy, mientras que enmudecen ante el Gobierno de Mas, cuya política de recortes es mucho más drástica. La gran mayoría silenciosa, la que sufre con crudeza los embates de la crisis, se siente inerme frente al vocerío separatista, al que se han sumado unos sindicalistas acomplejados por carecer de ocho apellidos catalanes. De ahí que haya surgido la plataforma «Sociedad Civil Catalana», una iniciativa encomiable que pretende rescatar la voz secuestrada de los ciudadanos por la casta secesionista y sus hegemónicos medios de comunicación. Si Cataluña tuviera una clase política de la misma fibra moral que sus empresarios, gobernaría hoy España con el voto de la gran mayoría.
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