Joaquín Marco

Los errores se pagan

Todos cometemos errores. El hacerlo forma parte de la naturaleza humana y los políticos, en consecuencia, también cometen errores. Cuando las circunstancias son excepcionales pueden llegar a constituir un quiebro histórico. La historia de la Humanidad está plagada de ellos, aunque también de aciertos. De ahí, que podamos asegurar que superamos a nuestros antepasados, aunque no todos lo reconozcan. No pretendo referirme aquí y ahora a la cuestión catalana que parece haberse convertido en un tema recurrente en nuestros medios y ya no sólo en la vida política, sino hasta en las conversaciones de café. Pero otras historias, en teoría, más lejanas, se suceden al tiempo y tal vez merezcan una reflexión. Hay que remontarse al pacto de las Azores y a la pésima información de sus integrantes para entender el laberinto en el que se han convertido Oriente Medio y los países petrolíferos del Golfo. Sin lugar a dudas las buenas intenciones del presidente estadounidense Obama, que le valieron el Premio Nobel de la Paz antes de que iniciase los primeros pasos de gobierno, le llevaron, con el aplauso general de sus conciudadanos, a retirar las tropas norteamericanas de un convulso Irak. Su antecesor había derrocado a un sangriento dictador, aunque éste mantenía el país en una estabilidad que hoy hasta se añora. Se observó también con entusiasmo un fenómeno que se calificó como “primavera árabe” y que Occidente quiso saludar como un proceso democrático. Sin embargo, los informadores de los países que propiciaron tales transformaciones tampoco dispusieron de la adecuada información. Estimaron que el mayor peligro llegaba de un lejano Afganistán y de una organización que se atrevió a cometer en el propio corazón del imperio occidental un gran atentado terrorista: la destrucción de las Torres Gemelas.

La desmilitarización del ejército iraquí desató odios religiosos y tribales que se mantienen todavía hoy. Y al Qaeda, tal vez residual, ha sido superada por el Estado Islámico que cabalga entre Irak y una descompuesta Siria gobernada, a su vez, por otro dictador no menos sangriento. Se lucha ferozmente en las fronteras del Kurdistán sirio, mientras una moderada Turquía observa con preocupación cómo su población kurda pretende intervenir en la guerra junto a sus hermanos en Siria. Sobre las intenciones del Estado Islámico algo nos ha llegado: el terror que se impone en los territorios que ocupa aplicando una estricta ley coránica (que poco tiene que ver con el Corán) y exhibiendo sus trofeos sangrientos. El vil asesinato de dos estadounidenses, un británico y un francés ha conjurado una alianza contra quienes disponen ya de un territorio de una extensión equivalente a Cataluña y el País Valenciano. El fantasma de Osama Bin Laden se le aparece a Obama de nuevo reencarnado en otros dirigentes capaces de atraer a las filas de la barbarie a algunos occidentales. Una célula yihadista acaba de ser desmantelada en Melilla y Marruecos y se conoce la existencia de otras, dormidas, en Cataluña. No se trata, pues, de un fenómeno que nos resulte ajeno. El uso de la fuerza aérea por parte de EE.UU., Gran Bretaña, Francia y otros aliados tiende a debilitar determinados núcleos o a destruir refinerías petrolíferas, ya en poder del llamado Estado Islámico, que le alimentan económicamente. Pero cualquiera es consciente de que su exterminio nunca llegará a través de bombardeos. Sería necesaria la participación de fuerzas terrestres, lo que constituiría una vuelta atrás de un coste político y económico incalculable. El propio Obama ha reconocido que la lucha emprendida será larga y con seguridad superará su mandato. La recomposición de las fuerzas de la zona, sin embargo, ha producido curiosas combinaciones. Irán, considerado antes como un enemigo, se ha comprometido a prestar su ayuda, con el envío de material bélico, a un Líbano en peligro y dividido entre los simpatizantes de Hezbolá, es decir Irán, y el régimen de Damasco, los suníes y cristianos que cuentan con el apoyo de los EE.UU. y Arabia Saudí. En la zona, las diferencias religiosas (chiíes/suníes) solapan otros intereses y hacen buena la máxima de que los amigos de los enemigos son también enemigos.

Esta cruenta guerra se produce en una zona de interés petrolífero. De ahí que los países del Golfo apoyen de una u otra forma a los contendientes. Pero los países que se disputan la hegemonía son Irán y Arabia Saudí, que ha inyectado en los 45.000 soldados libaneses la nada despreciable cantidad de 3.200 millones de dólares. Hezbolá, patrocinada por Irán e integrada por entre 5.000 y 10.000 hombres, dispone, sin embargo, de mejor armamento y formación. Pero existe otro callado protagonista en este laberinto. Israel ocupó los altos del Golán sirios hace más de cuarenta años. Los soldados de una facción siria, el ELS, luchan para derribar el régimen de El Asad y declaran que su objetivo constituye lograr la paz con Israel. Contra ellos combaten los aviones sirios, pero a poco más de un kilómetro del kibutz israelí de Habashan ondea ya la bandera del Estado Islámico. Como pretende Obama, en esta ocasión los estadounidenses no combaten solos. Una coalición, en la que abundan países árabes, acompaña a una nación que ha dejado de ser hegemónica, que ni desea ni puede ya serlo. Cientos de miles de refugiados sirios y kurdos han penetrado en Turquía. En esta ocasión las mujeres kurdas han tomado también las armas y luchan contra el Estado Islámico. Pero el papel de la mujer en la zona sigue respondiendo a una mentalidad difícil de entender en Occidente. Los países occidentales han cometido, desde la descolonización hasta hoy mismo, una considerable cantidad de errores políticos y tácticos. Y éstos más pronto o más tarde se pagan a un alto precio. Las decisiones políticas nunca son gratuitas y algunas se convierten en ovillos que sólo se liberan a un alto coste de vidas humanas y de sacrificios. En ocasiones resulta difícil descubrir qué fuerzas son aliadas o quiénes son los terroristas. No cabe duda sobre la naturaleza del Estado Islámico, pero quienes se han situado contra él en la zona tampoco dudan en combatir entre sí.