Alfonso Ussía

Los hígados podridos

He cometido dos gravísimos errores. Con ellos he ofendido a los nuevos propietarios de la verdad. Mi primer error ha sido lamentar y llorar la muerte de un Policía Nacional a manos de un asesino, previamente detenido en nueve ocasiones y puesto en libertad en las nueve comparecencias ante nuestros encantadores jueces. Un delincuente que se halla en España sin ningún soporte legal. El Policía Nacional, don Francisco Javier Ortega tenía veintiocho años, y su delito –así lo han calificado los descerebrados de la izquierda pre-armada–, fue solicitar a un sospechoso su documentación. Me han llamado racista porque he defendido el honor de un héroe. Si el Policía nacional hubiera sido negro y el delincuente blanco me habrían llamado «hijo de puta», pero desgraciadamente, nada puedo hacer para llevar los hechos hacia atrás. El señor Ortega era blanco y el asesino es negro. Me siento incapaz de arreglar semejante embrollo. En esta ocasión, el blanco era el bueno y el negro el malo. El blanco policía, y el negro un delincuente reincidente ilegalmente establecido en España. Me reafirmo. Deploro de corazón y envío a la Policía Nacional un abrazo de gratitud y profundo sentimiento. Y deseo que su asesino, blanco, negro, amarillo, colorado, mulato, mestizo o a rayas, pague el inmenso dolor que ha causado.

El segundo error cometido ha sido el de defender la unidad de España y recordar la Toma de Granada, cuya conmemoración ha indignado a los que desean que España sea Siria. El peculiar Cañamero ha dicho que «está en contra de la Toma de Granada y a favor de la toma de las tierras de los señoritos». Resulta divertido «estar en contra» de lo que sucedió más de quinientos años atrás. Pero aquella recuperación de Granada estableció la definitiva configuración de España como Estado. Ellos lamentan la derrota de los invasores y celebran, en cambio, la pérdida de los territorios españoles en América. Entonces he escrito que la izquierda pre-armada española odia a España, y me han respondido acusándome de «asesino» y lamentando que en Paracuellos del Jarama se quedaran cortos con el mero asesinato de mi abuelo. «Tenían que haber “ejecutado” a todos los responsables de tu nacimiento».

Creo que los racistas son aquellos que consideran fundamental el color de la piel de un delincuente para defenderlo u olvidarlo. Y el color de la piel de un policía para poner en duda su autoridad legitima y asesinarlo de nuevo, despues de muerto. Los mensajes de «Podemos» y de sus malhechores subcontratados son estremecedores. También me han considerado responsable de la «falsa democracia» que hay en España, y me han advertido que en el futuro, los que escriben como yo y exponen sus ideas libremente, no podremos hacerlo desde las cárceles justicieras y populares. Bueno, pues no sólo me reafirmo, sino que manifiesto públicamente que mis errores han constituído inesperados aciertos. Sólo la lectura de tanto odio, tanta incultura, tanta bilis acumulada y tanta sinrazón reunida, me emociona. Me emociona porque he lamentado la muerte de un heroico servidor de todos los españoles –incluídos los cafres–, y celebrado con naturalidad la Toma de Granada, que tanto hiere aún a los partidarios de convertir a España en Siria o en el Yemen. Algún día alguien me preguntará en un juicio popular a celebrar en una checa de próxima inauguración. –¿Es usted partidario del descubrimiento del Amazonas?–; –sí, creo que fue muy conveniente–; –pues considérese apiolado–.

La extensión del odio de clases se ha multiplicado en España, precisamente cuando las clases sociales se han confundido unas con otras y la diferencia ha perdido toda su influencia. Un tipo ha decidido matarme por llevar dos «eses» en mi apellido, y otro me ha aventurado un final bastante desagradable rodeado de «los de mi clase». Los de mi clase del colegio están asustadísimos, pero no creo que vaya por ellos semejante amenaza.

Mi agradecimiento y admiracion por la Policía Nacional aumentan día tras día, como por la Guardia Civil y las decentes, leales y maltratadas Fuerzas Armadas. Y aunque nada tuve que ver, me congratulo por la Toma de Granada. Faltaría más. Y ¡Viva España y su libertad!, para empeorar el estado de los hígados podridos.