José Jiménez Lozano

Los Magos de cada día

El alcalde de Madrid de hace unos cuantos años, que parecía poseer poderes para cambiar el pasado –como en general una buena mayoría de hombres públicos, por lo demás–, avisó un año de aquéllos que los Reyes Magos ya no llevarían corona. ¿Qué podía significar este ucase municipal?

Se trata, sencillamente, de que tales poderes públicos adolecen de una profunda ausencia de conciencia de que ellos no sólo no son dioses, sino de que ni siquiera pueden ser figuras suplentes de los Reyes Magos.

La figura y significación de los Reyes Magos, que procede de los evangelios de la infancia de Jesús es teológica, y fue dorada de modo esplendoroso muy pronto, especialmente en la Edad Media, con la polisémica consideración de que estos reyes eran magos, que quiere decir príncipes orientales, astrónomos y autores de maravillas, santos e investigadores del cielo, para mirar el cual decía Platón que se nos habían dado los ojos. De manera que no hay poder en este mundo que pueda levantar cada año esta maravilla y no hay poder en el mundo que pueda sustituir esa imagen, sólo puede cegarla.

Los misterios municipales suelen ser, sin embargo, hondísimos, y enigmáticas las señales y significados de las actitudes de los personajes públicos y de la política en general; pero tampoco es cosa de andarse quebrando la cabeza con adivinaciones. Está claro que, en punto a evocación y representación de los Reyes Magos, siempre corrió a cargo de los familiares de los niños al resplandor de la fiestas y el ensueño de esos mismos niños, de ordinario manifestado durante todo el año y que obligaba a veces a sus padres, hasta estrujar la economía de la casa, o a producir el regalo mismo rato a rato, mientras los niños dormían. Pero todo se daba por bueno para que el milagro de la evocación de los Reyes Magos se diese; y se daba.

Pero, desde años atrás, la técnica y el dinero desplazaron a la artesanía, y las representaciones familiares de los Reyes Magos quedarían reemplazadas por las municipales y parroquiales, llenas de «luz y color», imitación y parodia de cabalgatas militares que, sin duda, dejan a los niños y a los grandes con la boca abierta, pero no sabemos lo que piensan los niños de estas cabalgatas municipales y parroquiales, y si realmente preferirían su sueño de los Reyes incluso si no los veían claramente.

En principio, las brillantes cabalgatas se habían venido ateniendo a las maravillosas pinturas y bajorrelieves que desde la Edad Media han venido contando esa escena evangélica; pongamos por caso en los cuadros de Sassetta o de Paolo Uccello. Aunque se puede comprender que las imaginaciones municipales y parroquiales tiendan a sustituir con lujos de tecnologías o incluso con politiquerías los fallos imaginarios de los niños y los del arte.

Lo que ocurre es que la Cabalgata de los Reyes Magos se va pareciendo cada vez más a una campaña electoral o de marca y prestigio, que ha sido por lo que han metido aquí la cuchara los municipios y demás gerentes; y, a medida que se vayan dando pasos hacia el famoso laicismo, que no es otra cosa que una religión estatal, se irá viendo más claro que no hay ni una ilusión que podamos poner en parte alguna, sino nuestra alma entera en el Estado. No hay más magos ni más dioses. ¿Y si no hubiera tampoco más juguetes y alegría infantil de por vida?

Nuestra España, sin embargo, parece estar eternamente en período fundacional, constituyente y revolucionario, y con abundancia de magos políticos muy dispuestos a prometer unos nuevos cielos y una nueva tierra, y también demasiadas gentes impresionables que sueñan con ello. No acabamos de entender que lo de la política debe ser cosa racional, tranquila y un poco aburrida; como expresión de gentes regidas por el realismo, la honestidad y el buen sentido. Como en la Holanda del señor Spinoza, para poner un ejemplo claro y magnífico.