Martín Prieto

Los Príncipes, muy presentes

El pasado año la elocución navideña de SM el Rey a los españoles sonó más enérgica por las desafortunadas peripecias de un yerno ( antes los sinsabores los traían los cuñados, que vienen de cuña) lógicamente amplificadas por los medios. Esta vez su mensaje tenía que ser más breve y alusivo a la esperanza, a que de grandes desastres nos libramos antaño con fortuna y que la unidad es la clave de la fortaleza de esta gran nación. La interpretación de los discursos reales es tarea de romanos porque por aquellos pasan muchos borradores, incluido el determinante del Gobierno, aunque a la postre sea Don Juan Carlos quien decidirá, que para eso pone la cara y la voz. En el despacho convertido en plató se han visto muchos cambios que no serán ajenos al Jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno. El Rey sentado en el quicio de la mesa, fotografías lejanas de las que sólo destaca la de los Príncipes de Asturias, libros apilados al desgaire, y hasta un Belén sin burro ni buey ( el Cardenal Rouco Varela los ha puesto ). Su aspecto, magnífico, sobre lo que le hemos visto los últimos meses de ida y vuelta al quirófano. Feliz el Rey a quién sus súbditos temen por él, y no de él. Muy aceptable el reportaje de TVE-1 previo a la intervención real: compendio de actividades sin maquillar el paso del tiempo ni ocultación de su aparatosa caída en el Estado Mayor del Ejército y con las muletas apareciendo por aquí y allá reposando sobre los tapices a la vista de los visitantes. No se obvió ni la nariz tumefacta del Monarca. Sobre esa presentación televisiva, más larga que el parlamento en cuestión, una leve objeción: la desbordante presencia de los Príncipes, que son la continuidad, pero que no parece tenga que ser tan rápida. Remedando a Sir Winston Churchill en su definición de la democracia, podríamos decir que un Rey es una cosa que los hombres han hecho en favor de sí mismos, por amor a su tranquilidad. El 23-F nos dio ese sosiego y a Jordi Pujol senior, hoy en el risco, con él: «Tranquilo, Jordi, tranquilo», mientras el lendakari cruzaba el Bidasoa temiendo infatuamente por su piel. Hasta la palabra «súbdito» chirría como si hiciera menoscabo del ciudadano, pero es ahora, con las malas cartas que nos ha repartido la suerte, la idiocia y la revelación del Ángel sobre una Cataluña-Estado desde Don Favila y el oso, cuando más falta hace el hombre institucional de La Zarzuela.