Lucas Haurie

Los pucheros de Arriola

De Pedro Arriola, eminencia gris del PP en materia estratégica, se habla mucho y casi siempre mal. Vivir en provincias, apartado de los grandes cenáculos políticos, confiere la ventaja de poder adscribirse al cinismo volteriano y huir así de unanimidades. «Pues como mil millones de moscas no pueden estar equivocadas, la mierda es un alimento magnífico», repondríamos a la ferocidad críticos capitalinos. El asesor áulico de Aznar primero y ahora de Rajoy ha construido las dos mayorías absolutas de la derecha española a cambio de unos astronómicos e inexplicados honorarios, sí, pero también a costa de un oneroso precio: el odio cerval de los esencialistas, esa grada ultra que jamás se cansa de ver correr la sangre enemiga. Esos «Alfonso dales caña» del otro extremo del arco parlamentario.

A caballo entre milenios, Arriola parió la teoría de la «lluvia fina» y propició la legislatura más próspera de la historia de España. Tres lustros más tarde, después de haber sostenido a Rajoy en el trono genovés pese a dos reveses electorales, lo ha bordado con la «operación Podemos». Sin la impagable asistencia de los grupos mediáticos más afines al pensamiento conservador, Pablo Iglesias allegaría concretamente cero votos. Su irrupción, ahí están las encuestas, ha aniquilado a IU y, lo que es más importante, ha desintegrado a la única alternativa posible de gobierno al PP. Por usar un símil ciclístico que agradará al presidente, el PSOE es un perseguidor que sólo mira hacia atrás, que anda más pendiente de conservar la segunda plaza que de asaltar la primera. La operación de Arriola, nada elegante pero endiabladamente eficaz, es un calco de la implementada por Mitterrand, que colmó de dinero y presencia mediática a Le Pen padre para desgastar a la derecha presentable. «Divide y vencerás», es decir, un plan más antiguo que el hilo negro.