Alfonso Merlos

Los sacamantecas

No. La punta de lanza que ha promovido y buscado de forma fraudulenta y fantasmagórica el asedio al Congreso de los Diputados no conforma, «sensu stricto», una peña de sacamantecas: no se trata de esa clase de criminales legendarios encargados de acabar con sus víctimas y de sacarle las vísceras. No, pero sí.

Porque en el fondo, estos alborotadores no han buscado otra cosa que no sea vaciar las entrañas de la democracia, del Estado de Derecho, del sistema de representación, de la sociedad abierta. Esto no tiene absolutamente nada que ver con el derecho a la manifestación: ¿es necesaria para la libre expresión y la protesta que el sujeto que la ejerce se dote de capucha o braga militar o bengalas o cohetes o gasolina o palos o piedras? ¡¿Qué clase de tomadura de pelo es ésta?!

El fallido asedio del 25-A tiene dos lecturas centrales. Hay un segmento de diputados de la izquierda que no se entera de qué va la película, o no quiere enterarse: son ellos los injuriados, calumniados, atacados, zaheridos y asaltados... ¡y como si ná! Y una segunda exégesis: España tiene 47 millones de habitantes y ha sido apenas un puñado el que se ha dejado arrastrar por esta convocatoria violenta, sediciosa y nihilista que no conduce ni siquiera a la melancolía, sino más bien al ridículo.

Estamos en la hora de arreglar nuestros problemas, de encarrilar el país, de cambiar el rumbo. Las cosas que se están haciendo mal (¡más vale tarde!) hay que hacerlas bien. Y sabemos cuál es la hoja de ruta a seguir: es la contraria a la que marcan los petardos, los botes con ácido, los rollos de papel de aluminio y las banderas anarquistas.

Desistan en el fomento de la desesperación. En España hay talento, inteligencia y paciencia. Es lo que necesitamos. Ahora más que nunca.