José María Marco

Los usos del pacto

El diálogo y los pactos son la mejor manera de gobernar. Más aún, en una democracia liberal y parlamentaria, la capacidad de Gobierno depende siempre de la capacidad de los agentes políticos para proponer, negociar y articular grandes pactos que organizan coaliciones con intereses muy diversos. Desde esta perspectiva, la acción del Gobierno de Mariano Rajoy resulta notable. No suscitará la unanimidad, claro está. Habrá quien quiera ir más deprisa y quien desee otra dirección. En general, se echa de menos un argumento que dé sentido a la acción.

Ahora bien, la voluntad reformista ha quedado patente en lo ya realizado en menos de año y medio de gobierno. La reducción del déficit, la reducción –muy notable– del empleo público, la reducción de las empresas públicas, la reforma laboral –crucial y siempre postergada hasta ahora–, el saneamiento del sistema financiero, la firmeza con los gastos delirantes de –todas– las CCAA, el plan de pagos a proveedores... son algunos de los grandes aspectos de una política de reformas que dentro de algún tiempo –no mucho, y si no lo echamos todo a perder, como es nuestra especialidad– permitirá una prosperidad basada en realidades, no en fantasías ideológico-emocionales a cargo del presupuesto público.

Pedir radicalismos a estas alturas resulta estupendo, pero tropieza con una realidad propiamente española, como es que en nuestro país no existe nada parecido a los consensos básicos que permitirían, llegado el momento y si se considera necesario –algo muy dudoso– ponerse radical. En España, el pacto es, antes que nada, un arma arrojadiza. Y lo es sobre todo en manos de la izquierda. La izquierda española siempre «exige» pactos y, como es natural, lo hace a gritos: ahora la palabra es «clamor». Nunca propone un diálogo en el que se respete el marco común y se acerquen posiciones con la confianza de que todos ganaremos si se encuentran soluciones negociadas.

Lo que busca es una demostración: quien no se pliega a mis dictados, lo hace porque no es partidario del «pacto» –añádase, para calificar a quien se atreve a hacer tal cosa, el adjetivo que se quiera–. Esta estrategia le salió bien a Felipe González, que en un gesto genial inventó un centro ficticio que expulsó al centro derecha del poder y casi del espacio público. Repetirla hoy es imposible, salvo que ocurra una catástrofe. Además, el PSOE y sus aliados, desde los sindicatos de clase republicana a la ultra izquierda, están haciendo todo lo posible para no conseguirlo jamás. Buscan, por tanto, otra cosa. ¿Qué?