Valencia

Malas compañías

Aunque Pablo Iglesias ha intentado que su mensaje al gobierno se entienda como una sentencia definitiva a la legislatura, no ha sido él quien la ha finiquitado. En realidad se ha puesto de manifiesto que, en la estrategia socialista, es un mero figurante.

En la moción de censura, el líder podemista, abrió la puerta que tenía cerrada el PSOE con los independentistas catalanes e intentó un acuerdo con el PNV. Ni el propio Pedro Sánchez tenía confianza en ese momento en el éxito de la iniciativa, sin embargo, frente a todo pronóstico, salió adelante.

Podemos ha tenido desgaste durante los últimos meses porque una parte de su electorado, que provenía del voto socialista y de Izquierda Unida y de diferentes movimientos como las Mareas, fueron conquistados por el discurso anti institucional del 15-M y no han entendido el apoyo incondicional de los morados a los que antes eran “casta” y “traidores a la izquierda”.

Podemos ha pasado a convertirse en una muleta del Sr. Sánchez y a nadie se le escapa que la aspiración real de Pablo Iglesias es tener poder, si puede ser presidente del gobierno mejor, sino como vicepresidente.

Por eso mismo, juega a tener relevancia en el sostenimiento del ejecutivo y, en el momento en que desde Moncloa se apunta a posibles elecciones anticipadas, porque es evidente que no habrá Presupuestos y que es hora de cortar relaciones con el separatismo, el líder morado, convoca rueda de prensa para anunciar que dejará caer al gobierno y, por tanto, habrá elecciones.

Lo malo que tiene el ejercicio de altas responsabilidades políticas es que, en ocasiones, la lógica que subyace a los comportamientos de las organizaciones y sus protagonistas quedan lejos de la de la gente común.

En realidad, Iglesias juega a tener el mayor número de diputados, en ese sentido el granero de votos sabe que está en el PSOE, pero quiere tener muchos diputados porque quiere poder institucional y las maniobras van siempre guiadas por sus intereses políticos personales.

No es nuevo, en su momento abandonó IU porque la organización no le hizo eurodiputado, ideológicamente no estaba tan lejos cuando ha concurrido en coalición con su antigua formación, ahora hace todo lo que está en su mano para formar parte de un gobierno del PSOE.

Sin embargo, para los votantes, Podemos se ha convertido en un frenopático. Hace un mes y medio firmaba un acuerdo, con todo el boato, en el Palacio de la Moncloa, una semana después visitaba en la cárcel a Oriol Junqueras, en lo que muchos interpretaron que era hacer el trabajo que no podía hacer el ejecutivo y, unos días después, llega esta declaración de guerra.

Un dirigente podemista tiene difícil defender públicamente la posición de su organización. Si es militante madrileño, entre el 11 de octubre y el 23 de noviembre, debe apoyar al Sr. Sánchez. Con posterioridad a esa fecha, debe hacer justo lo contrario.

Pero la bipolaridad no acaba ahí. Si el militante de la formación morada pertenece a Castilla-La Mancha, Madrid, Valencia o Baleares, prepara el terreno para formar gobierno de coalición después de las próximas elecciones autonómicas, eso sí, si su residencia es en cualquier ciudad o pueblo de Andalucía, hay que empezar a ingeniárselas para explicar que prefiere que gobierne cualquiera que no sea el Partido Socialista.

Podemos es una organización que se comporta como pollo sin cabeza, quizá porque intenta fusionar intereses contrapuestos, quizá porque tiene varias caras y cada una necesita un cuerpo diferente. El PSOE hará bien en deshacerse de separatistas y populistas, porque ya lo dice el refrán español, dime con quién andas...