Ángela Vallvey

Maldita ansiedad

Si «googleamos» la palabra «crisis» descubrimos que la cuarta entrada –o acepción más buscada– es «crisis de ansiedad». Asociamos «crisis» con economía, pero también el vil metal influye es esa intranquilidad del alma que denominamos «ansiedad». Cuando no controlamos nuestra vida nos sentimos inseguros, irritados, confusos, destemplados. Si bien la pretensión de controlar totalmente las circunstancias es una absoluta quimera pese a que la mayoría piense que la contemporaneidad posindustrial es más segura y predecible que los tiempos de nuestros primitivos antepasados, cuando los seres humanos se enfrentaban cada día con fieras, elementos desatados y enfermedades que debían de parecerles simples actos funestos y mágicos. Las estadísticas dicen que un tercio de los españoles se medica contra la ansiedad, y aunque, como decía Winston Churchill, «sólo me fío de las estadísticas que he manipulado yo», en este caso las cifras son tan dramáticas que deberíamos reflexionar seriamente sobre el problema. Lo que oculta, a duras penas, la ansiedad es un profundo miedo arraigado en el corazón del ánimo. Montaigne advertía sobre la «extraña pasión» del miedo, afirmando que según los médicos de su época ninguna otra pulsión era tan propicia a trastornar el juicio de la persona que la sufría. El miedo se encargó de crear a los dioses, si hemos de creer los versos de la «Tebaida», de Estacio. Y ahora fabrica demonios, fantasmas terribles que crecen como larvas insaciables de la conciencia, hasta que la debilitan y corrompen. En muchos casos incluso la malogran, por desgracia. Todos conocemos a personas eclipsadas por las sombras aterradoras de la ansiedad. Jóvenes, adultos o ancianos que no consiguen disfrutar de una vida alegre y valiente, llena de esfuerzos pero también de grandes recompensas. Sólo sus familias y amigos podemos de verdad ayudarlos a sentirse seguros, a salir para siempre de ese pozo de oscuridad.