Ciudadanos

Mandatos limitados, dislate habemus

La Razón
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Que tendrá la figura de Rajoy que pone de acuerdo a la primera a formaciones tan supuestamente antagónicas como Ciudadanos y Podemos. Ahora va a resultar que las urgencias que les han entrado a algunos políticos por la reforma constitucional tienen como objetivo prioritario una limitación de mandatos para los jefes de gobierno, que ni parece estar ni se la espera entre las grandes demandas de los españoles. Da la sensación de que llegados a este punto, lo realmente nuclear en el renqueante pacto de Ciudadanos con el PP era esa acotación del tiempo en el poder que no encierra otra cosa más que la obsesión por garantizar el «au revoir» de Rajoy más allá de 2019.

Con independencia de la gratuidad que supuso en su momento la introducción de la limitación de mandatos en ese pacto de legislatura –aun siendo innecesario compromete la palabra del partido del Gobierno– resulta burdamente artificial el intento de relacionar esa limitación con una supuesta regeneración de nuestra vida política. Que delegaciones –bien es cierto que con segundas filas– de Ciudadanos y de Podemos se pongan a las primeras de cambio de perfecto acuerdo para sondear una reforma del artículo 11 de la ley de Gobierno, que supuestamente habilitaría la limitación de mandatos presidenciales a ocho años sin necesidad de una –para este viaje poco justificable– reforma de la Carta Magna, explica muchas cosas. De entrada, todo parece girar en torno al establecimiento de un cortafuegos que, dentro de dos años, impediría a Rajoy, cumplidos ocho en La Moncloa, ser candidato de su partido en unos comicios generales. No sólo pretende establecerse una ingenua equiparación con sistemas donde es la Jefatura del Estado y no del Ejecutivo la limitada en el tiempo, sino que se cuestiona el derecho de unos electores que son al fin y al cabo quienes ratifican o mandan a casa a un candidato, por no hablar –ahora que tanto vende lo de las primarias– de la libertad de los militantes y cuadros de un partido por tener el referente que sencillamente les parezca más idóneo.

El debate sugiere poner algunas cosas en su sitio. La corrupción o el clientelismo no tienen tanto que ver con la continuidad de unos mismos nombres al frente de los gobiernos como de la del mismo partido; la Andalucía de los «ERES» ha tenido distintos presidentes, pero nula alternancia de formaciones en el poder desde que llegó la democracia. Aznar, por su parte, se autolimitó a dos legislaturas, pero fuese con él o con otro candidato –Rajoy– el PP pagó sus errores en los comicios de 2004. Antes, también el PSOE había pagado los suyos tras larga etapa en el poder, pero fue con independencia de que González hubiera permanecido trece años en La Moncloa. Y huelga recordar, por otra parte, que no pocos regímenes –Bolivia o Venezuela, entre otros– no son precisamente ejemplos de regeneración política y tienen limitación de mandatos. El tema tiene su oportunidad política, pero, seamos claros, no parece que ocupe demasiado el pensamiento de los españoles al levantarse por las mañanas.