Ramón Tamames

Más de lo mismo, aunque en mejor entorno económico

Las medidas adoptadas por el Consejo de Ministros se sitúan en la reciente reflexión del señor Rajoy de que «hemos salido de la recesión, pero no de la crisis». En realidad, siguen siendo una muestra de que las decisiones del Gobierno no tienen la base global de una estrategia resolutoria; y sigue dependiendo casi por entero de las directrices de Bruselas, de los célebres «memorandos de entendimiento», con la eurozona, el BCE y el FMI.

Para empezar, la pretendida reforma de las pensiones no pasa de ser un parche muy temporal. Y en cuanto al tema presupuestario, la anunciada reducción del gasto público en un 4,7% no deja de ser un desiderátum de difícil demostración en cuanto a su posible cumplimiento.

Y en lo concerniente al empleo, las metas no dejan de ser irrisorias, pues pasar del 26,6 al 25,9% en el paro forzoso, apenas 7 décimas, constituye un sarcasmo cuando se refiere a un mercado de trabajo pletórico de fraude laboral y de informaciones estadísticas insuficientes sobre mucha gente que está trabajando y no se dice dónde ni cómo.

Por lo demás, el cuadro macroeconómico, como habría dicho el profesor Fuentes Quintana, no deja de ser un crucigrama; que sería necio no saber cuadrar por sus autores. Pero que luego se cumpla es cosa bien distinta. Y finalmente, lo de que «estos presupuestos van a ser los últimos de la austeridad», no se lo cree nadie, ni siquiera Rajoy ni Montoro.

Los problemas de fondo siguen siendo los mismos: no hay un proyecto de país, de verdadera regeneración política y económica, y por eso las medidas contra la crisis siguen adoleciendo de mediocridad tanto en lo que concierne a la política de austeridad como en lo relativo a las reformas estructurales.

Los recortes presupuestarios, reducciones de retribución a los cargos y empleados del sector público y los compromisos de déficit y de endeudamiento con el eurogrupo seguirán siendo objetivos difíciles de cumplir. De modo que la recuperación de los equilibrios del Presupuesto y de la deuda soberana está a años vista. A menos que se adopten medidas drásticas que este Gobierno siempre retrasó por temores más bien electoreros, con resultados que tendrían que haberle hecho pensar ya bastante sobre la cuestión.

En lo que toca a las reformas estructurales, el sistema bancario todavía está pendiente de demostrar que es capaz de sostenerse ya por sí mismo. Y la prueba de si estamos en esa vía o en otra la tendremos en noviembre, cuando la troika venga a España a comprobar los resultados del rescate parcial de la banca que se hizo a finales del 2012.

Y entrando ahora en la reforma laboral, todos los observadores exteriores la estiman insuficiente de todo punto. Y si bien ha habido una reducción de los costes laborales unitarios, más que a la reforma se debe a que casi todas las empresas han tenido que reajustar sueldos y salarios para supervivir. Por lo demás, puede decirse que el sindicalismo y el área judicial no están ayudando precisamente a un impacto más dinamizante en torno a objetivos de esa reforma. A parte de ello, se ha hecho muy poco para comprobar el fraude en los sistemas de subsidio del paro, y el problema del desempleo juvenil no deja de crecer–con fuerte migración al exterior–, porque el Gobierno es reacio a un contrato especial y transitorio por debajo del SMI.

Y quedan, además, otras reformas, y especialmente las de las administraciones públicas, que siguen configurando al Estado español como un gran armatoste. Lo que en el diccionario de la RAE se define como «objeto grande de dudosa utilidad». Con el problema muy serio, auténticamente canceroso, de un régimen de financiación autonómico y de un fraude fiscal que nadie se ha tomado en serio resolver hasta ahora.

Con todo, lo dicho hasta aquí no significa que la situación económica esté deteriorándose más y más. Por el contrario, hay toda una serie de indicios –en su mayor parte se deben a la tenacidad de las empresas y de muchos trabajadores– de recuperación que pasamos a reseñar:

- La reducción de la prima de riesgo de la deuda soberana en referencia al «bund» alemán, que ha pasado de 550 a 230 puntos en los últimos doce meses.

- La ya mencionada reducción de costes laborales, que está permitiendo una mayor productividad, seguramente del orden del 12% a escala nacional, y del 25% en las empresas del Ibex-35.

- El aumento de las exportaciones, sobre todo a áreas diferentes de la UE, con resultados muy positivos en la balanza comercial y en la de servicios, que no se veían desde hace veinte años, nivelando casi la cuenta corriente del país, que en 2007–el lado más negativo de la euforia irracional de entonces– se situaba en algo más del 10% del PIB.

- La mejora del turismo, con un gran aumento de ciudadanos de Rusia y China que vienen a España no sólo para visitarnos sino también para realizar importantes compras de artículos de lujo e incluso inmuebles.

- El mejor comportamiento de la Bolsa de valores, como refleja el Ibex-35, y un claro retorno de capitales extranjeros para inversiones en España, todavía muy selectivas, con la posibilidad de que se generalicen.

- Los primeros signos de cierta recuperación del mercado inmobiliario debido a las empresas que están invirtiendo de cara a un mercado futuro más activo. Aunque aún esté lejos la recuperación del sector de la actividad constructora.

En definitiva, la economía española va mejor, pero el Gobierno sigue con sus temores y complejos y su falta de agilidad para resolver los problemas. Algunos de ellos, necesitados de cirugía. Porque en la mente de muchos de nuestros gobernantes aún prevalece el deseo de congraciarse con realidades inaceptables, para seguir en el poder en vez de atacar de raíz los problemas de un país como éste, que sigue siendo España.