José María Marco

Más o menos impuestos

Pagamos impuestos porque no tenemos más remedio, porque son la clave de un sistema que nos permite vivir en paz, porque nos proporcionan algunos servicios que consideramos, con razón, indispensables para nuestra vida individual y para la vida en sociedad. Por otro lado, es evidente –así me lo parece a mí, al menos– que el Gobierno del Partido Popular no ha subido los impuestos de buena gana. Algunos de los ministros, y Mariano Rajoy muy en particular, conocieron de primera mano otras etapas de gobierno en las que se moderó la presión fiscal. Saben los excelentes efectos que eso tiene en la economía de un país.

Otra cosa es que el Gobierno se haya visto obligado a subir los impuestos y mantener una presión fiscal alta por razones ajenas a su voluntad. La situación actual es el resultado de una historia conocida de todos. Los años de bonanza no sirvieron para reformar nada y la abundante recaudación, lejos de ayudar a racionalizar el gasto, lo multiplicó. A nadie se le ocurrió entonces moderar un gasto que estaba propiciado por motivos muy otros que la eficacia.

Las reformas, indispensables ya entonces, quedaron aplazadas para más tarde. ¿Quién es el insensato que intenta cambiar algo en los buenos tiempos? Cuando llegó la crisis, el gasto no disminuyó: ni en el Gobierno central, ni en las comunidades autónomas, ni en los ayuntamientos. No fue hasta mayo de 2010 y luego a partir de las elecciones de 2011 cuando cambiaron las actitudes. La verdadera dimensión del agujero sólo se empezó a conocer cuando los nuevos gobernantes empezaron a descubrir lo que había ocurrido. En aquellas circunstancias, bajar los impuestos era un suicidio, algo no muy apetecible por mucho que apareciera en el programa del Partido Popular. Sólo se habría podido hacer a costa de ampliar el déficit, una medida fuera de lugar, o recurriendo a una deuda a la que empezábamos a no tener acceso. Por otro lado, reducir los gastos más de lo que se está haciendo puede propiciar un mayor estancamiento económico y tal vez una desafección generalizada a los partidos y al sistema democrático. Así que si se reducen los impuestos, ¿qué se va a recortar? En vez de recurrir al arbitrismo, tal vez sea más positivo, y más fecundo a la larga, iniciar otros debates, por ejemplo sobre cuál debe ser el futuro estatuto de los empleados públicos, como parece que se ha empezado a hacer en Cataluña. Si salimos de la crisis, será gracias a propuestas razonadas y sensatas.