Alfonso Ussía

Mazazo estival

La Razón
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Lo de hoy ha sido muy gordo. No me lo esperaba. El verano transcurre entre el descanso y la política, y cuando menos se espera llega el mazazo. A las 5 de la mañana de hoy, cuando escribo, 6 de agosto del año 2016, el teléfono de mi casa no ha parado de reclamarme. Mis amigos se han apresurado a informarme de la confirmación de una noticia que me ha originado un gran desasosiego. Los conocí en un barco que navegaba por el fiordo de Shongen, en el sudoeste de Noruega. Les voy a dibujar en palabras, si la emoción me lo permite, el paisaje de Shongen. En las montañas de estribor, interminables pinares mezclados con grupos de altas coníferas. En las montañas de babor, semejantes pinares e iguales grupos de altas coníferas. Y a proa y popa, las azules y gélidas aguas del fiordo.

Muy bonito, pero un tostón. Allí estaban. Se miraban a los ojos apoyados en la baranda de babor y se tomaban de la mano. Sucedió hace quince años. No paraban de hablar. Sonreían. Y sentí por ellos lo que Wilfred Stevenson-Hard definió magistralmente: «El calor del afecto súbito a los desconocidos». Bella y ajustada definición, escrito sea de paso y sin pretender distraer a los lectores del meollo del asunto.

Inesperadamente, ella, que vestida de turista de fiordo no parecía gran cosa, señaló con su mano izquierda, la que no tenía tomada por él, hacia la orilla. Y ahí estaba. Un oso negro. Miraba con desconcierto aguas adentro. Y de nuevo ella, descubrió el enigma. No era un oso, sino una osa madre, que no se atrevía a adentrarse en el fiordo para rescatar de las frías aguas a su pequeño osito. Ella rompió en irrefrenable sollozo, presa de un ataque de gimoteos y zollipos, y el capitán ordenó poner rumbo hacia la orilla en la que luchaba el bebé osito por salvar su vida, mientras su madre, la osa, muy preocupada eso sí, no hacía nada por socorrerlo. En la maniobra de cambio de rumbo, un marinero cayó al agua, pero lo fundamental era salvar al osito, y al marinero que le den, que así sucedió exactamente. Un osito es un osito y Noruega es un país avanzado y progresista.

Una escampavía o lancha de salvamento con ocho fuertes remeros noruegos se dirigió hacia el lugar de la tragedia. El marinero náufrago alzó una mano para indicar su ubicación, pero le gritaron que no se pusiera nervioso, que aguantara, que primero el osito y después le llegaría el turno. La osa, al fin, al ver la lancha acercándose, se zambulló en las aguas y en un pispás rescató a su osito y se adentraron felices entre los pinos y las coníferas. Cuando los remeros ciaron y procedieron a bogar para salvar al marinero, éste había desaparecido. Entre un hombre y un oso, la civilización occidental moderna no duda. El oso es preferente.

Ella le abrazó a él, no por el marinero, sino por haber visto al osito sano y salvo. Y se adentraron en el bar de primera clase. Allí los conocí, allí me hicieron partícipe de sus inmediatos planes, y de allí nació una profunda amistad. Me convidaron a su boda, que se celebró en la Catedral de Trondheim en el mayo siguiente. Me refiero, como todos los lectores habrán adivinado, a la Princesa Marta Luisa de Noruega y al escritor danés Ari Behn, de amenísima obra. A través de los años, fui puntualmente informado del nacimiento de sus tres hijas, Maud Angélica –muy traviesa y juguetona–, Leah Isadora –seria y responsable–, y la pequeña Emma Tallulah, la más mimada y necesitada de un par de tortas.

Y hoy, a principios de agosto de 2016, me entero por mis amigos, que Marta Luisa y Ari han decidido poner fin a su matrimonio después de catorce años de plena felicidad. ¿Creen los lectores que me hallo en condiciones de escribir de política, de Cañamero y su familia, de Hebe de Bonafini y sus estafas inmobiliarias, de la abstención del PSOE, de Rivera o de Rajoy? ¿Lo creen? Pues están equivocados. Soy muy sensible y aborrezco la certidumbre de lo irremediable. Lo han escrito y firmado en su comunicado oficial: «Es muy triste para ambos descubrir que nuestros caminos no van de la mano de la forma que solían hacerlo. No hay nada más que podamos hacer». Para mí, que el comunicado, tan escueto y conceptual lo ha escrito Ari, que es escritor de amenísima obra. Pero lo siento, y muy hondamente, por Maud Angélica y Leah Isadora. A Emma Tallulah, que le den morcilla, por repipi y caprichosa.

Todo comenzó a bordo de un barco que navegaba por las aguas de un fiordo, el marinero que resbaló sobre la cubierta sin imaginarse lo que le vendría después, la osa y el osito, y aquel bar cálido en el que me reconocieron su amor. Si les revelo que soy, en este momento, un hombre regado por las lágrimas de la amistad, quizá no me crean.

Y harán perfectamente en no creerme.