Cristina López Schlichting
Me duele su nariz
¿Pueden dolerte las heridas de otro ser humano? Solo lo creía posible con la familia. Yo tenía un tío abuelo republicano, comunista y ateo que, cuando veraneaba en Alicante, nos mandaba postales conmovedoras, de una oratoria popular y agnóstica: «Querida sangre –escribía– espero que al recibo de la presente estéis bien. Nosotros bien, gracias...». Conservo como oro en paño esas fotos amarilleadas de los primeros grandes bloques turísticos, con unas pocas líneas que revelan que todos los hombres necesitamos un anclaje. La sangre, esa cosa tibia y tan intensa, es mucho más que un fluido. Pero desde el jueves me duele la nariz sin que haya motivo, sin fractura, ni grano, ni herida. Me duele la nariz mía porque le han partido la suya a sor Rosario, religiosa de la Divina Infantita de Granada. Y ando maravillada de ver en el espejo que no tengo nada, que no hay cardenales donde los imagino y que es solo un dolor sinérgico que demuestra la comunión de los santos –de los santos como ella con pecadoras como yo– y prueba que la sangre va más allá de las venas y hasta baja de la Cruz de Cristo y nos recorre a los seres humanos como en una sola familia.
Rosario y Lola, de la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Niña –que así se llama la orden en «fino»– acudieron a verme hace muy poco en Granada cuando yo firmaba «Los días modernos». Esta generosidad en personas que tienen cosas bastante más importantes que hacer que leer novelas me deja profundamente agradecida. Venían las dos monjitas con mi amigo el cura Antonio, «el alemán», de la Puebla de Vícar, y hacían un precioso cuadro de Emaús entre señoras granadinas guapas y señores elegantes que solo podían ser andaluces. Y fue Antonio, el jueves, el que me llamó para darme la noticia: «Que le han partido la nariz a Rosario, cuando llevaba a los niños al cole». Las religiosas tienen hogares de críos en zonas desfavorecidas de Granada. Un hombre joven le salió al paso y, de frente, le clavó el puño en la cara mientras decía: «Por monja». La sangre salió a borbotones. Solo minutos más tarde una señora pudo auxiliarla.
Cuando hablé con ellas regresaban de la comisaría, de interponer la denuncia, y el médico estaba valorando si había que intervenir la fractura. No querían acusar públicamente, pero las convencí de que debían contar lo ocurrido, sin más detalles. Las agresiones por odio religioso son demasiado peligrosas para la convivencia. Y al fin Rosario consintió en hablar en antena con Carlos Herrera, que es un ángel de la guarda un poco escatológico que tenemos en COPE y que siempre se conmueve con los débiles. Ahora está con anti inflamatorios, calmantes y vendas y la cara se le ha puesto negra. En Granada se hacen cruces todas las personas buenas. Yo me sigo mirando estúpidamente en el espejo, perpleja de que me duela la nariz, sin explicación mundana aparente.
✕
Accede a tu cuenta para comentar