Agustín de Grado

Mensajes opuestos

Lo peor es la incoherencia. A la vez que el Gobierno promueve una reforma educativa para abandonar la cultura del acomodo, que busca recuperar en las aulas los valores del mérito y el esfuerzo, la recompensa del trabajo bien hecho y el respeto a la autoridad, este bienvenido catálogo de sentido común se vuelve papel mojado cuando el mismo Gobierno se ve en la obligación de aplicarlo en el reino de taifas insubordinadas en que ha desembocado el Estado de las autonomías. En busca de argumentos para justificar el trato desigual, Hacienda apela a «tener en cuenta las diferencias de quien es diferente». La frase podría haberla pronunciado el mismísimo Artur Mas. Pero aquí la única diferencia que ha existido es que unos gobiernos regionales se han aplicado en el objetivo nacional de reducir el déficit y otros no. Unos se han jugado el tipo ante su electorado imponiendo sacrificios inevitables y otros no. Lo demás son zarandajas. Rajoy reclama ahora a quienes se esforzaron y cumplieron «altura de miras» con quienes hicieron lo contrario. Mensaje opuesto al que pretende reinstaurar en las escuelas: no habrá premio sin trabajo. Está el presidente ante difícil encrucijada. No puede dejar caer a Cataluña porque Cataluña es España y su insolvencia repercutiría en la credibilidad exterior de España entera. Pero a los ojos de todos está que no nos encontramos ante el hijo pródigo que regresa arrepentido a la casa del padre misericordioso, después de años de libertinaje y derroche. Estamos ante el chantaje descarnado de quienes sólo pretenden canjear su tempo reivindicativo por un dinero de todos que les permita seguir con su delirio independentista sin el incordio de esa austeridad que les lleva a cerrar quirófanos en vez de embajadas.